¿Qué decía Shakespeare del frío?
Antonio Valle Cobreros.
Premio Cuentos Lena, 2008Antonio Valle, escritor asturiano, fue el ganador de la 45ª edición de Cuentos Lena, con el título "¿Qué decía Shakespeare del frío". Entre otras obras tiene: Perversiones, aventuras inevitables (2005), El día más feliz de mi vida fue cuando se estrelló el camión de Foskitos (2006). Sirvan un par de fragmentos (el principio y el final) como muestra del estilo cuidado y de la intriga literaria que cierra la estructura completa.
"Alcé la mirada hasta sus pies. Las suelas de las miserables botas de prisionero empezaban a despegarse. Sus dedos estarían negros y entumecidos después de tantas horas de huida, pero seguro que no reparaba en ello. Escapar de este infierno puede llenar los pensamientos de cualquier hombre con tal intensidad que no reconoce el dolor, el hambre, la falta de sueño, la sensación de estar vivo. Al final sólo se mueve la idea de escapar, el cuerpo se convierte en un instrumento lejano, casi imperceptible, y la idea sigue avanzando por encima de todo, hasta que finalmente algo se interpone y el instrumento se rompe. La idea se malogra pero sigue ahí, latente.
-No ha habido suerte.
Dije por romper el silencio.Volví a repasar los datos. Un hombre no se da cuenta de la cantidad de datos que la administración tiene a su disposición hasta que otro hombre no repara en ello y se lo cuenta. Ese es precisamente mi trabajo, recopilo los datos que tenemos aquí y allá, las marcas en la tarjeta que ha hecho cada funcionario, oficinista, secretario o administrador: el sistema. Conozco el lugar y día de su nacimiento, el nombre de sus padres, las vacunas, las alergias, las enfermedades pasadas, las veces que ha estado ingresado en un hospital y por qué, cada fractura y cada operación, su estado civil -me dan un informe exactamente igual sobre su mujer y su descendencia si la tiene-, las calificaciones de sus estudios, sus filiaciones políticas, religiosas, deportivas, profesionales o filantrópicas, cuántos años lleva vinculado a ellas y su participación activa en las mismas, y por supuesto sus delitos, penas y faltas pulcramente descritos, sus condenas, dónde y cómo las ha cumplido, sus deudas, demandas, pólizas de seguro, partes de siniestro o accidente... Esto se complica cuando hay que añadir informes semejantes de personas no familiares. Pero el sistema se está perfeccionando y mi trabajo es cada vez más fácil.
-Hace frío.
Dije por romper el silencio.
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Fragmento final
"-Mira, voy a ser franco. Tú crees que somos iguales pero no es así. Somos especies diferentes. En circunstancias normales no tendríamos por qué encontrarnos en la vida, pero nuestra relación se ha producido y tenemos que resolverla de la mejor manera posible para los dos.
Me acerqué un poco más.
-Simbiosis: yo obtengo algo de ti y tú obtienes algo de mí. En el momento presente yo quiero algo de tu pasado y te ofrezco algo de tu futuro.
¿Estaba sonriendo? ¿Por qué? Tal vez conocía algo que yo no sabía. Pero a mí eso me daba igual. Yo no quiero saberlo todo, no me preocupan los grandes misterios de la vida. Me interesan datos concretos, eso es lo mío. Cogí el sobre y saqué las fotos.
-Mira. ¿Ves? Son tu mujer y tu hija. Esta es mejor. Se la ve muy bien, se ha teñido el pelo y tu hija lo lleva tan corto que parece un niño. Nos costó localizarlas, pero aquí están, de momento. Como ves, no han salido del país.
Ahora sí. Se había ido el brillo, había vuelto el hombre.
-Vas a sentarte ahí y vas a escribir quién te ayudó a escapar y cómo lo hiciste. Con todo detalle. Y así tu familia feliz seguirá teniendo un futuro. Tú escribes unas líneas y yo hago unas llamadas. Simbiosis.
El prisionero ya no sonreía, ya no resplandecían sus ojos porque su mirada se arrastraba por el suelo, guiaba sus pasos hasta la mesa, a la silla, el lápiz, el papel.
Cogí mi abrigo y mis guantes para salir. ¿Cómo podía aguantar aquel guardia tanto frío? Lo descubrí al acercarme confidencial, su aliento apestaba a alcohol.
-Está escribiendo. Ya sabe lo que hay que hacer. Me voy.
El guardia parecía a punto de hacer una pregunta, dudaba, miraba la puerta y me miraba marchándome.
Pero yo ya me iba.
El trabajo estaba hecho y me esperaban en casa"
Otros textos del autor.
FOLLETÍN DE LA SILLA
"Iba andando camino de casa cuando vi una silla nuevecita casi en mitad de la calle, al lado de una caja de cartón enorme. Parecía que alguien la había tirado a la basura.
Me paré delante de un escaparate. La miré reflejada en el cristal. Alguien había comprado una nevera nueva y de paso se había desecho de aquella silla inútil. O tal vez alguien estaba de mudanza y con el ajetreo se la había olvidado y llegaría pronto a recogerla.
Saqué el teléfono móvil y simulé hablar mientras daba vueltas alrededor de la silla, como paseando. Y la cogí. Y me la llevé.
Cuando iba andando con ella oí un grito. ¿Y si llegaba el dueño corriendo gritando ¡al ladrón! y me abofeteaba mientras me quitaba la silla? Un objeto tan grande no se podía disimular. Y cuánto pesaba. ¿Qué podía decir? Me pareció oír otro grito. Dejé la silla en el suelo y empecé a andar tan rápido como pude. Al llegar a la esquina volví a mirar. Había un hombre hablando por el móvil dando vueltas alrededor de la silla".
AMANECER UTERINO
"Los padres de su novia resolvieron invitarle a casa, para dormir, claro está, en habitaciones separadas. Y al amanecer en aquella cama tan mullida, con su cálido edredón de plumas de cisne, el hombre decidió que ya no se levantaría. Nadie le movería de aquel nuevo nido, buscaría sus tiempos perdidos en nuevas horizontales posturas. Su novia ya había llamado a la puerta varias veces, primero susurrante, luego melosa y paciente, pero al final había gritado como una grosera. Después la madre había insistido, con mensaje de madre, el desayuno se enfriaba en la mesa. No me voy a levantar, dijo. El viejo mundo era un sueño lejano y el nuevo apenas tenía la complicación de mover de nuevo el pie para descubrir otra porción de fresca sábana bajera. Les oía discutiendo en la cocina, el padre alterado gritaba a las mujeres. Pero este nuevo hombre se engendraba en la cama para no volver a salir. Nunca, gritó. Y se hizo el largo silencio. El hombre pensaba en su nueva vida en el mundo callado cuando apareció aquel ruido sin invitación. Las tripas gritaban su falta de alimento. La tripas rugientes, la llamada de la selva. Se preguntó dónde encontraría un cordón umbilical, pero el ruido era casi ensordecedor, era imposible pensar con tanto ruido, tan mundano. Un cordón umbilical, por dios, decía".
ABUELITA DIME TÚ
" Cuando llegué a la casa de mis abuelos corrí hasta la ventana para mirar a ver si estaban en el huerto como siempre, y vi a mi abuelita que venía hacia la casa por el pequeño camino de cemento entre las fresas. Llevaba con ella a Bunny, pero no lo tenía en el regazo, sobre el viejo delantal de cuadros, lo llevaba cogido por los pies, cuán largo era, y Bunny se movía incómodo. Iba a gritarle que había traído hojas de lechuga y zanahorias cuando levantó a Bunny estirando el brazo y con la otra mano le dio un golpe en la cabeza, una especie de golpe de kárate, pero el conejo se movió y entonces le dio otros tres golpes seguidos, usando la mano como un hacha. Y Bunny dejó de moverse. Mi abuelita bajó los brazos, metió una mano en el bolsillo del delantal y se volvió para llamar a mi abuelo que estaba hablando con un vecino. Luego siguió caminando lentamente hacia la casa. Yo me fui corriendo y me encerré en el 850 de mi padre. Bajé todos los pestillos".
Textos de Antonio Valle Cobreros.
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