Costumbres, tradición, gastronomía, trabajos rurales, vida vaqueira, saber popular

.

Alegría

Rosana García

Alegría, quisiera contarte todas las veces que he notado tu ausencia. En cuántas ocasiones he gritado tu nombre para que volvieras. Y lo feliz que estoy ahora de tenerte a mi lado de nuevo. Cuando mi vida se volvió fúnebre y dantesca, yo supe que te habías ido. En mi cuerpo dejó de entrar la luz de los colores, y en mi rostro se talló una expresión de indiferencia. La energía de mi alma se volvió inexistente. No tenía fuerza ni para pensar que carecía de ella.

Durante años, el respaldo de la cama y un viejo armario vacío fueron mi única compañía. Las noches en vela se hacían eternas. El dolor disfrazado en mi piel clavaba sus agujas en mi cuerpo, y yo no podía remediarlo; él siempre entraba por un lugar distinto haciéndome callar en un silencio perpetuo.

Pero de repente, un día alguien tocó a mi puerta. Tú, alegría, esperando a que abriera, regresabas a buscarme. Fue entonces cuando me tendiste la mano, en el momento en que la vida retornó a ser como siempre, amarilla y luminosa. Y yo, después de tres primaveras, con la duración de nueve, volví a salir a la calle y volví a empezar. Todo gracias a ti, mi salvadora.

Amor

Ante la soledad estoy sentada en una habitación medio vacía. Por la ventana abierta ya no entra la brisa que envolvió nuestras caricias; por la ventana, apenas la luz del sol veraniego. Ante la soledad, fría y callada, gélida y perturbante. Y cuando ella se mueve, mi cuerpo se extremece; y, por un momento, estoy casi muerta. Escucho a lo lejos el ruido del desamor.

Ante la soledad solamente y sola. Entonces cierro los ojos y, al ritmo de un tic-tac profundo, imagino tu llegada de mil maneras distintas, con miles de esperanzas diferentes, mientras una felicidad efímera invade mi cuerpo; mas luego, cuando se abre de nuevo el telón, la escena sigue siendo espeluznante; y ella, ahí, frente a mí misma, crece y crece ocupándolo todo. Yo, arrinconada en una esquina, noto un blanco y duro dolor en el pecho; y cada vez que el aire entra en mí, la sensación de cien puñales de hielo se talla en mi piel.

Mágicamente comienzo a desgranar los recuerdos que tú y yo construímos; aunque llenos de mentiras, fueron, sin duda, los mejores de mi vida.

Ante la soledad despierto sin compañía, aturdida, casi sin aliento, con un sabor agridulce en mi boca. Sigo sin concebir mi ser sin ti, y te siento como un tú inherente a mí. Y repito tu nombre cuatrisílabo y amo cada una de las letras que contiene. Y me abrazo a un adiós lejano y abrasador, y le pido que te busque y te traiga de vuelta. Ante la soledad te sigo queriendo, y junto a ella estaré esperando a que regreses, porque yo te querré siempre. Ante la soledad, sí, a su lado

Volver a narración

Índice alfabético de materias