La compañía del castaño
El otro día me asomé a la ventana para tomar un poco de aire fresco ante el oxígeno cargado que se respiraba en nuestra clase, y, sin darme cuenta, tenía mis ojos clavados en el bonito castaño situado en un pequeño jardín detrás de nuestro instituto..
¡Cuánta larga vida demostraban tener esos dos largos troncos!, aunque con diferente experiencia, ya que uno era más grueso y antiguo; el otro, más delgado. Comencé a fijarme con más detalle y me di cuenta de que en medio del árbol había unos 20 cm de corteza levantada. ¿Qué le habría ocurrido? Quizá una travesura de alguno de los miles de niños que a su lado jugaron todo este tiempo... No lo sé.
Pero me gustaría saberlo, le diría al culpable que no fue justo lo que le hizo a nuestro árbol, ya que el tronco pequeño creo que se debe estar muriendo por su herida. Le produjo un gran daño. ¡Espera un momento!, puede que no haya sido culpa de alguna infame travesura, sino que influya en su desaparición el otro tronco que, sin quererlo, le quita luz y alimento, pues día a día crece y crece más para que sus hojas absorban más luz y ser más esplendoroso.
Nunca me había fijado. Desde donde estaba podía olerlo, me llegaba un agridulce olor a resina. Entonces pensé en la gran utilización de un árbol como éste, y en el dulce rumor de los instrumentos que con su madera se podrían haber creado. O en las campesinas de hace 70 años, cuando aún este edificio no existía, y el castaño sí, intentando escoger una rama fuerte y vigorosa con la que apoyarse en su largo caminar.
De repente se levantó un poco de viento, sus ramas se movieron ligeramente, ya que, el lugar donde está ubicado, le protege contra los vientos. Parecía que estuviese bailando alguna inaudita danza que nadie más que él supiere bailar.
Entonces pensé que me gustaría estar con mis amigas bajo la sombra de esas grandes ramas que parecían una larga familia peleándose por ser la rama que más luz cautiva.
Una hoja se desprendió del árbol, y en una suspiro llegó al suelo para reunirse con otras muchas que allí se encontraban. Las hojas eran de colores variados: las que aún habitaban en el árbol eran verdes, grandes y con una forma aserrada; sin embargo, las que se encontraban en el suelo no tenían ese aire saludable de las verdes, sino que parecía estar enfermas: eran amarillentas, marrones y mucho más pequeñas.
Las hojas, grandes protectoras, son muy importantes para el castaño, porque obtienen los alimentos absorbiendo luz, oxígeno y dióxido de carbono. En ellas, supuse, que habitarían las hormigas que siempre muy laboriosas recogen comida de ellas para llevarlas a las larvas que en el hormiguero situado a un lado del tronco se hallaba.
También pude percibir, que el castaño en su instinto de protección cubría a los erizos con gran cantidad de hojas como si fuesen pequeños retoños que su madre oculta ante la posibilidad de un predador y para que no pasen frío.
Cuando el profesor entraba por la puerta, observé que caía un erizo por enfermedad, ya que no estaba maduro y no le correspondía abandonar el árbol. Dentro de los erizos se encuentran las castañas, el fruto del árbol, que, si están maduras, son de color marrón intenso. Para proteger el fruto, los erizos, tienen unas púas que, cuanto más maduro esté, más pinchan. Los erizos más soleados son más grandes, mientras que, los que no reciben luz solar, son más pequeños. Quizás este árbol nació por la caída de un erizo, como éste que echó raíces; o por la intervención del hombre.
Las castañas tienen un sabor dulce, seco y pastoso, pero, si nos comiésemos las del erizo recién caído, estarían ácidas. Este fruto lo podemos comer de varias formas. La primera es cruda, la favorita de Sonia; la segunda, dejándola endurecer durante largo tiempo, es la "mayuca"; y la tercera, pelándola y cociéndola, llaman en Muñón "castaña pulguina".
Nunca me había fijado que en el patio de nuestro instituto teníamos un castaño tan bonito. No sólo un castaño, sino también un roble y un árbol seco que le hacen compañía. El árbol seco se encuentra repleto de telas de araña, en las cuales otros bichos quedan atrapados. En cuanto a la edad del árbol, creo que ronda entre los diez o doce años, y esperemos que dure muchos más para que chicos como nosotros puedan gozar de su compañía, un otoño como éste tras otro.
Rocío Bernardo
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