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Otoño en Naveo

Laura Fernández González

Es una tarde de otoño, el cielo está gris y el sol reluce detrás de las nubes. El aburrimiento se apodera de mí y me asomo al gran ventanal que hay al lado de la puerta de mi casa. Es un paisaje verde, en el que los árboles se abren paso entre los enormes bosques que rodean los pueblos. Las hojas de los árboles se están cambiando de color mientras el fuerte viento va moviéndolas, lentamente, de pradera en pradera.

Me viene un olor a lo lejos que reconozco. Es el olor del viento. Veo como éste mueve todo lo que se encuentra por su camino y a mis oídos llega el ruido de las puertas de las cocheras sacudidas por él.

A lo lejos, en las montañas, puedo admirar como algún rayo de sol que se cuela entre las nubes llega a alumbrar alguno de los prados que allí esperan, incansablemente, la llegada del invierno.

A mi derecha veo un enorme castaño que ya empieza a criar sus deliciosos frutos que podremos degustar a mediados de la estación.

En medio de los bosques, podemos ver el "Picu`l Castichu", una gran montaña que da cara a todo Cabezón. En lo más alto de ella podemos ver un gran embalse lleno de agua construido hace pocos años.

Oigo un ruido, algo se acerca. Miro a los lados y veo que un coche se aproxima lentamente. Un olor a gasolina me presiona tanto que me veo en la obligación de cerrar la ventana para poder seguir viendo el paisaje tranquilamente.

Justo enfrente de mí, en el alfeizar de la ventana, un hermoso gorrión ladea la cabeza de un lado a otro, parece que fuera él el que me estuviera observando.

A lo lejos puedo ver como la niebla se está apoderando de toda la montaña, el Quentu de Llanos, el Carril, la Vega`l Pando... que rodean Llanos de Somerón. Es una vista increíble. La niebla se junta con los rayos de sol que aún brillan en el cielo y que poco a poco se van escondiendo por la zona del "Carril". Si las predicciones no fallan, mañana lloverá, ya que siempre que la niebla entra por el "Casarín", el tiempo cambia.

La noche se acerca sigilosamente, voy notando el frío del atardecer, mi piel se eriza, y allí, en lo alto del cielo, la luna se abre paso dejando, ya atrás, las nubes y el tímido sol que hoy lucía en el cielo.

Ahora ya no puedo distinguir lo que veo a mi alrededor, pero sí que puedo sentir el despertar de la noche, el fuerte chillido de los grillos y la brisa que recorre mi cuerpo suavemente.

Mañana será otro día, el sol, como cada amanecer, aparecerá por Pandoto y a mediados de la tarde estará, de nuevo, haciendo brillar mi hermoso pueblo.

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