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LOCURA
Bárbara Díez Pando.
Sólo sopla el viento, no hay más sentimientos. Vacía de recuerdos, sueños, ilusiones y esperanzas, espero aquí sentada a que regrese el sol. La noche, cerrada, fría y oscura, no me acepta en su seno. Desplazada de la vida, de la diaria rutina, solo soy un alma sentada en una escalera, de una calle cualquiera. No le importo a nada ni a nadie. Puede que no exista, que sólo sea una ilusión de la noche, un vano fantasma de luz de luna.
No lo sé. La gente pasa, mira pero no ve, oye pero no escucha, y yo me siento impotente ante mi propia desgracia. Grito, más mi voz es un murmullo perdido que ni mis oídos escuchan. ¿Quién soy? O mejor formulada la pregunta ¿Qué soy? Ni yo misma lo sé. Necesito escapar, volver atrás, a la raíz del problema, al pasado, a la parte perdida de mi mente. Necesito encontrar la llave que me ayude a solucionar todas las cuestiones que se amontonan en mi cabeza.
Sin darme cuenta he abandonado mi frío asiento de piedra y ahora persigo mi sombra sobre el asfalto. ¿Por qué las personas que me encuentro por las solitarias calles me miran de reojo y echan a correr? Al menos sé que pueden verme, que soy tangible y real. Ellos piensan que soy una loca. Sí, tal vez sí. Pero ¿qué significa ser una loca? Sólo soy un ser sin razón, esa es mi naturaleza, porque mis pensamientos divagan con cada cosa. ¡OH! Todo son cuestiones, y hay tan pocas respuestas. La cabeza me da vueltas, martillea por dentro una enorme maza que me recuerda el vacío que hay en su interior.
Además hace frío. El gélido viento congela mis mejillas y he perdido los dedos. Siguen ahí, atados a las manos, pero no los siento. Serán sólo una ilusión como todo lo que me rodea. Las piernas también comienzan a desaparecer a causa del horrible y cruel viento. No tengo suerte y se nota. Me derrumbo como un viejo caserón cansado de ver amaneceres reflejados en sus polvorientos cristales. Caigo poco a poco, como a cámara lenta, consciente de estar cayendo pero sin poder hacer nada por evitarlo. Finalmente mis ojos se cierran y todo es cubierto por la oscuridad.
Imágenes sin posible explicación se proyectan tras mis ojos. Cortadas, difuminadas, no consigo entenderlas. Sé que esa es la clave, el porque de mi olvido, pero...no puedo. Nombres perdidos, olvidados en recuerdos escondidos en el fondo de un baúl. Gente que vaga sin rumbo por calles desiertas de color, hundida en un mundo de niebla y sombra. Todo es tan triste y gris que hiela el alma y convierte el corazón en piedra de metal. ¿Cómo he llegado aquí?
En un solo segundo me he convertido en nadie, en una simple vela ardiendo en un vendaval, pero sigo encendida y no pienso apagarme, ni rendirme, porque queda vida en mi interior. Si la esperanza es perdida entonces todo termina, pero si es conservada se puede vencer la batalla. Esas son las sabias palabras que dijo mi abuela en su lecho de muerte. ¡Comienzo a recordar! Eso aumenta la esperanza, hace crecer la ilusión y fortalece mi cansado espíritu. Se escucha a lo lejos un murmullo de gente que pronuncia palabras mudas, apagadas, sin sentido. Ahora es el momento, es ahora cuando debo lanzarme al abismo del recuerdo y recordar lo ocurrido.
Comienzo a caminar por las oscuras calles, llenas de personas vacías, intentando encontrar lo perdido. Pero si no se que es lo que busco ¿cómo voy a encontrarlo? Busco una casa oscura de miedos, perdida entre las sombras de un bosque alejado de todas las miradas. Lo sé, eso es lo que busco. En ella escucho gritos de horror, expulsados por cuerpos mutilados de amargura, lágrimas de ácido que destrozan las mejillas que recorren. Un río de sangre bajo mis pies descalzos, caliente como el fuego del infierno, pero que hiela la piel a su paso.
Me encuentro sola corriendo por un pasillo interminable, con las paredes cubiertas de cuadros negros, sin alma, pintados por el mismo diablo. Escapo de una habitación que encierra el mayor horror jamás descrito, el mal supremo, la crueldad en estado puro. Seguía viva porque él lo había querido así, solo por eso. Me miro con sus negros ojos, inyectados en sangre, cubiertos por la locura, sonrió y se fue. No me mató porque la muerte era lo que yo deseaba, sabía que haría más daño si me dejaba vivir. Los que gritaban eran mis amigos, la sangre era suya, las lágrimas mías. En aquella habitación descubrimos que el mal existe realmente, que nadie se lo ha inventado, que no todas las historias de terror son producto de la imaginación, las hay basadas en hechos reales.
Entramos en aquel caserón abandonado para demostrarnos ha nosotros mismos que no había nada que temer. Sólo era una casa construida hacía mucho tiempo, cuyas maderas crujían con el fuerte viento y se pudrirían a causa de las lluvias. Qué ingenuos fuimos. Al entrar en aquella habitación nos invadió una oleada de miedo, miedo que aún sigo sintiendo. Las sombras parecían vivas, querían envolvernos en su eterna oscuridad. Alguien comenzó a gritar, unos ojos rojos se encendieron en el rincón, las paredes chorreaban sangre y desde el suelo se elevaba una especie de niebla gris.
Todo parecía irreal, como si de un sueño se tratase. Entonces apareció él, con aquella sonrisa maliciosa en el rostro y babeando de placer ante nuestro sufrimiento. A ellos les concedió el dolor, pero murieron y se liberaron de él. A mí me otorgo la vida, pero encadenada a su recuerdo, sumergida en la locura más febril, condenada a largas noches de pesadillas sin final. Fui yo quien vio el brillo de los cuchillos de plata empapados de sangre, las lenguas de fuego que abrasaban los ojos con su destello. Yo escuché los desgarros de la piel, los últimos latidos de unos corazones cansados de soportar el dolor. Después sólo recuerdo el frío de la noche, reinada por una perla de plata que pequeños diamantes lloraba.
Ahora abro los ojos y me inunda la luz. El blanco de las paredes hiere mis ojos como el bisturí más afilado puede herir la piel. Me encuentro acostada en una cama extraña, rodeada de vida ajena, porque yo realmente estoy muerta. Sólo faltan los pasos finales hacia el final del túnel. Sólo falta abrir la ventana para que entre más luz e inunde así de oscuridad mis ojos. Cuando alcance el árbol del otoño, cuyas hojas rojas parecen sangrar en el atardecer de los días, entonces mis venas lloraran su dolor. Sólo entonces podré alcanzar la paz y el verdadero olvido. Porque hay algo peor que la muerte y espero que nunca nadie viva para recordarlo.
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