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Primavera

Bárbara Díez Pando

Llega la noche oscura a mi alma. Alegre soy y triste me encuentro. Más no entiendo la razón de mi tristeza, pues todo a mi alrededor es vida, es primavera. Las rosas rojas del jardín brillan como rubíes entre el rocío de la mañana. Escondidas en la hierba se ven, la sonrisa de las margaritas y la alegría de las mimosas. El viento entre las ramas de los árboles compone melodías, y de ellos sale la música y ellas son las bailarinas. Yo contemplo desde la ventana el despertar de esta mañana de abril.

Asimismo el astro rey, que desde su trono todo ve, la baña de luz, y da brillo y color a estos ojos que entre lágrimas triste y gris todo lo ven. Necesito huir, escapar de esta casa vacía, de esta prisión de recuerdos, de este refugio de sombras.

Quiero estar en medio de la alegría de esta naturaleza risueña, contagiarme de la magia que desprende y disfrutar de todo lo que me ofrece. Deseo sentir el viento entre mis cabellos para que éste desprenda los recuerdos adheridos a ellos y me libere de su carga.

Pisar la hierba fresca y caminar sin pensar en nada, con los ojos cerrados como en un hermoso sueño. Poder detenerme en la orilla del río y observar los destellos cristalinos del sol sobre sus aguas, tranquilas como un espejo. Cruzar la línea invisible que une sus frías aguas con el cálido viento, mezclando sensaciones entre mis dedos.

Luego continuar mi camino entre risas y lágrimas que el viento lleva entre sus brazos, alejando de mi la pena y propagando mi locura. Ahora se escucha a lo lejos el río que ha roto su calma y grita, pues las afiladas rocas han cortado su alegría. En contraste con su rabia, con su fluido lamento, se escucha cantar, también a lo lejos, el dulce viento.

Mi corazón debate con los viejos recuerdos: gritos en la noche, sangre en los dedos, un puñal que termina con cualquier sueño. ¿Por qué no puedo olvidarlos?, ¿por qué no se los lleva el viento, como flotando en surcos lleva las hojas que del árbol han muerto? Hace un año del suceso y aunque intente escapar, no puedo. Mi mente es mi cárcel, mi tortura, mi condena de tristeza y llanto. Mi corazón solo es un músculo que sangre amarga bombea. Más mi alma es libre, alegre y sin penas y ni cárcel, ni cadena alguna la podrá detener.

Dos mariposas de alegres colores, como las flores vespertinas, juegan alrededor de mi. Están ajenas a mis pensamientos y mis delirios y sus juegos dibujan en el aire símbolos de libertad. La sombra proyectada de un ave se mueve por el suelo, y al mirar hacia arriba puedo verla volar por el cielo, moviéndose entre las nubes, rompiendo los cabellos del viento.

Cuantas cosas contrariadas chocan en mi cabeza. Todas iguales y distintas, todas absurdas ideas. Mientras el ave, águila, rey del cielo, tiene a sus pies la tierra y como imperio el cielo. Es libre y poderosa y vuela sin importar adonde, sin tener fronteras. Quizá mi alma pueda volar como ella, adonde no llegan los sueños, donde toda es falsa idea por que nada se conoce, donde se encuentran las almas de aquellos que nos dejaron.

En fin, volar a ese mundo contiguo, traspasando la escondida barrera, el límite inexistente, dando el último paso al final del camino, sintiendo el vacío bajo el cuerpo. Perderse para siempre, lejos de todo lugar y tiempo. Dicen que esta prohibido, que no es una buena idea, pero ¿no es la excepción la que confirma la regla?. Pues entonces ¿por qué no suicidarse en primavera?

Mi mente se colapso en su lucha de ideas. Combate de un lado la vida, la esperanza nunca perdida, el deseo de continuar. En el lado opuesto combate la muerte, la desesperación más profunda, el deseo de acabar con todo. Pero como siempre, hay un motivo para no rendirse, un aliciente que da la victoria a la vida. ¿Qué motivo puede ser ese sino la verde esperanza de lo nunca visto? El deseo de aventuras, de ver paisajes escondidos en lugares que deslumbran por el solo hecho de ser vistos.

Además, en algún lugar he oído, aunque no recuerdo donde, que el olvido y el tiempo son como hermanos gemelos. Pues que el tiempo cure la herida que hoy sangra y entierre los recuerdos en el pozo del olvido.
La noche ha llegado más no me he enterado del paso del tiempo. Un desmayo imprevisto, fruto del agotamiento, inundo mis pensamientos en la niebla de los sueños.

Tumbada en el bosque observo la inmensidad de la noche, ese cielo infinito, vestido con manto de infinitas estrellas. Semejan brillantes prendidos en los negros cabellos de la reina del cielo, que hoy es más reina que nunca. Su resplandor ilumina el camino bañándolo todo en plata para convertir la realidad en sueño.

Qué silencioso está todo, quizá todo está durmiendo porque hasta el río parece ahogar su lamento, esquivar las rocas para no despertar al viento, dormido en las ramas del árbol más alto, descansando de su diurno aliento. Podría volver a casa, pero no deseo encerrarme entre cuatro paredes, volviendo a la odiosa rutina, al tedio eterno de mi pasada vida.

Hoy he vuelto a nacer bajo la bóveda celeste del cielo. Por eso prefiero seguir caminando y ver como los duendes de la noche corren alegres por el bosque. Quizá pueda ver a las ninfas sentadas a las orillas del río, peinando sus largos cabellos y cantando con su dulce y suave voz las historias que el bosque encierra y disfraza de leyendas.

Y si en un alejado claro, por casualidad me encuentro, con la hoguera de las brujas de los sueños, les pediré un conjuro para confundir en un sueño verdad y mentira. Un sueño real que me haga pensar que soy rosa o amapola, sin saber si es verdad o sólo soy lo que soy :un alma libre, pero sola.

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