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Teverga,
Historia y vida de un concejo (2)

TEVERGA, HISTORIA Y VIDA DE UN CONCEJO
-XXV años después-

Tal vez tendríamos que empezar con la frase célebre del no menos eximio escritor y excelso poeta, Fray de Luis de León: “Decíamos ayer” como si nada hubiera ocurrido bajo el sol. Como si el tiempo -ay de mi- se hubiera detenido.

El pálpito de la vida, el paso de los años, el cronos de la existencia con la palabra justa y precisa, son parcelas inherentes a la poesía. Por ello, sólo a esta dama misteriosa el privilegio de expresarlas.

Así, Manrique, Baudelaire, Quevedo y José Hierro -entre otros grandes del verso que en el mundo han sido- nos han dejado escrito: “Cualquier tiempo pasado fue mejor” “¡Oh dolor, dolor, el tiempo come la vida!” “Aller se fue, mañana no ha llegado/ hoy se está yendo sin parar un punto...” “Que más da que la nada fuera nada/ si más nada será, después de todo,/ después de tanto todo para nada.”

Sí, “Decíamos ayer”, pero nada ni nadie nos quita de las espaldas estos 25 años que transcurrieron desde aquella noche en el salón de la entonces Caja de Ahorros de Asturias de la plaza de la Escandalera.

De aquel lluvioso mes de diciembre de 1978 hasta ahora mismo, en el que rememoramos la puesta de largo y presentación en sociedad de aquella obra que todos los teverganos hicieron suya.

Palabras y secuencias que recorrieron los hogares del solar tibericense por Asturias, España, Europa y América volando -como las oscuras golondrinas- por encima de la meseta castellana, de Los Pirineos y de la mar procelosa en busca del emigrante que anhelaba aleros más prometedores. Por aquellos días nacía una hermosa, fresca, frágil y primorosa niña -entre jazmines y rosas- a quien poníamos por nombre Constitución.

Cuando en el año de gracia de 1973 me embarcaba en una nave telúrica y balbuceante, frágil y desorientada -en busca de la isla perdida donde yacía el más hermoso tesoro que un pueblo puede tener para asegurar su identidad e idiosincrasia: lengua, historia, costumbres, tradiciones, arte, literatura, luces y sabiduría de nuestros antepasados -ni yo mismo me creía que algún día, a pesar de mi buena voluntad y ardua labor- llegaría a aquellas tierras de nunca jamás o de siempre y un día.

Los que han realizado y dirigido trabajos de campo saben y sabemos cuanto de cierto hay en estas palabras. Secuencias y viajes luchando contra las inclemencias del tiempo -sol, lluvia, viento nieve- que pueden quedar ilustradas con la anécdota de aquel Xuan de Xuana -de lejana memoria- cuando un día le comentaba a mi abuela Salomé -allá por tiempos normales- la dura vida que le había tocado vivir acarreando carbón desde Entrago hasta Campiello con aquellas pesadas madreñas que “estroconiaban” en cada paso que daba el zagal al ruido de los clavos:

-¡Ay Salomé. El mundo abondo resiste.
-¿Purquéi, mante?
-Home, a las patadas que you dou ya nun se funde.

De aquellos cinco años que precedieron a la edición del libro podría escribirse otro libro nuevo aunque solo fuera con las anécdotas y relatos de individuos únicos cuyos moldes se quebraron al nacer. Mujeres y hombres que fueron, son y serán los verdaderos protagonistas con sus historias y leyendas a quienes rindo un póstumo homenaje, pues casi todos ellos se fueron quedando en las zarzamoras del camino con los años.

Fue aquel lustro uno de los más enriquecedores de mi vida. Al profano en la edición de libros y al neófito en el manejo de la pluma, se le fueron alumbrando las luces del saber gracias a tantas y tantas gentes que de forma desprendida y generosa me ayudaron en la tarea y en especial para mis compañeros de LA NUEVA ESPAÑA: Cepeda, Avello, Arce, Faustino, Rioja, Sanz, Ruymal... A todos mi reconocimiento y el recuerdo perenne para quienes la dama del alba les adelantó el viaje.

Los libros que recogen las raíces y la idiosincrasia de un pueblo son recuperados y tejidos con esmero -”cumu las bimblas de l’ablanu pa faer un maniegu”- por los escritores que aman divulgar y dar a conocer lo poco que va quedando de aquello que fue vida en el mundo rural.

Pero los verdaderos protagonistas -de todo cuanto aparece en sus páginas: la anécdota irónica y pícara, el relato profundo, la magia de la leyenda, la voz de la canción perdida, las historias de moros y cristianos, las sabias luces y las consejas de los ancestros, las escenas de caza tras la pieza silvestre,...- son los hombres y mujeres que se resisten en abandonar el terruño natal y narran para que no perezca aquello que les fue cercano y tierno.

Esta reflexión -tan vieja como el cálamo y el papiro- no hace más que beber de las palabras doctas y prudentes del anciano indio del pueblo “navajo”, llamado Tlotis Hee, que ya apuntaba en el siglo XIX, antes de ser encerrado, por el “rostro pálido” en aquellos campos de concentración, mal llamados reservas: “...Andando el tiempo, mi pueblo olvidará su antigua forma de vida, a no ser que se entere por los libros de los blancos. Así que tienes que escribir todo cuanto te diga y dibujar los signos de las palabras sobre el papel para que las generaciones venideras conozcan esta verdad...”

Hace veinticinco años un elenco de investigadores, periodistas, historiadores, escritores todos ellos de pluma bien tajada, publicaban un libro -prologado por Juan Antonio Cabezas- que marcó un antes y un después en las letras teverganas: “Teverga, historia y vida de un concejo”.

En estos días nos hemos vuelto a reunir para recordar -con melancolía- aquellas páginas donde todo tenía su sitio, pero sobre todo para mostrar que la sabia sentencia del anciano indio se hizo realidad por estas tierras. Cada pueblo debería de tener un libro para mirarse en él. Un libro así es una señal de identidad. La memoria de uno mismo. La consciencia de la gleba primigenia.

Hoy Teverga -después de un cuarto de siglo- es otra Historia una nueva obra de teatro en la que todas las teverganas y teverganos somos sus actores. Dentro de algunos años otros vendrán para escribirla y continuar nuestra labor porque todos somos necesarios pero nadie es imprescindible.

Club de Prensa Asturiana
15 de diciembre de 2003

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