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CON SARAMAGO
DESARROLLANDO PARA ATRÁS
por Celso Peyroux
"Todos los días nos quedamos ciegos para no ver lo horrendo que es el mundo." No era Saramago un escritor comprometido. La primera en la frente para poner a algunos "librepensadores", advenedizos, críticos alicortos y políticos de tres al cuarto en su sitio. Siempre ocurre lo mismo ""el día después"- con el tópico de siempre: "Era sobre todo una persona buena y comprometida con su tiempo".
¿Saben acaso, estos escribanos de cálamo mal tajado y verbo dictado con poca mesura lo que en verdad es un compromiso social? ¿Lo saben?
Un escritor -cual era el caso de José Saramago- ha de estar comprometido con la sociedad en la que vive y ser coherente ante las injusticias y miserias de su tiempo: hambre, sed, falta de libertad, presos políticos, gentes sin techo, jóvenes y maduros sin trabajo, mujeres y niños maltratados, pobreza, esclavitud, el desprecio de la palabra empeñada y la falta de valores éticos propiciados por ídolos de pies de barros y becerros de oro que sólo piensan en la riqueza inmediata.
Si no es así mejor que rompa su pluma y se dedique a otros menesteres. Saramago, en efecto, no era un escritor comprometido y al uso, tal y como intentan mostrarlo las gentes arriba señaladas. El escritor portugués -amante de una Celtiberia sin fronteras, de otras tierras libres y puentes tendidos para el diálogo y nuevos horizones- iba mucho más allá con su verbo, su pluma y sus hechos.
Era un filántropo (persona que se distingue por el amor a sus semejantes y por sus obras en bien de la comunidad) que habiendo conocido la pobreza estuvo siempre al lado de los más débiles con sus hechos y su pluma. Un humanista "renacentista" del siglo XXI que pretendía crear y "dar un sentido nuevo a los deberes humanos".
Estar al lado del prójimo pero sobre todo del próximo. Del más cercano. Recuerdo en los "Boulevards" parisinos, una tarde radiante y solidaria del mes de julio de 1976, cómo el pensador, filósofo y escritor Jean Paul Sartre, caminaba al lado de nuestras pancartas en una manifestación en contra de la pena de muerte. Al día siguiente, con la firma y sello de Giscard D'Estaing se guillotinaba a un joven magrebí.
También recuerdo a Saramago, casi de rodillas, animar a Aminatu Haidar en su reivindicación de libertad para el pueblo saharaui. Otra miseria que hace enrojecer los rostros de los gobernantes españoles, europeos, marroquíes, americanos y de la propia ONU.
Hace años que leía a Saramago cuando una tarde-noche decembrina de 1995 lo conocí en el "Café español". Tenían lugar unos encuentros en los que se mostraban reflexiones profundas en voz alta bajo el epígrafe de "Cincuenta propuestas para el próximo milenio". Luis Racionero, Gustavo Bueno, Gabriel Albiac, Antonio Escohotado y José Saramago, presentado el Nobel lusitano por Sosa Wagner, participaban en las disertaciones y coloquios.
El escritor portugués hablaba de que sus diez propuestas eran otras tantas piedras de un puente porque a él lo que le interesaba era su enorme preocupación por el presente y la manera de cruzar un río convulso y desbordado en la transición de un milenio a otro.
Comenzaba Saramago con una contradicción aceptada al intentar desarrollar "para atrás" caminando todos juntos pero tendiendo una mano a los marginados que se quedan por el camino. Proponía buscar entre todos "un nuevo código ético mundial en un planeta de supervivientes donde hay que racionalizar la razón y racionarlo todo".
Saramago nos habló de cómo evitar que las religiones continúen siendo factores de desunión; de hacer desaparecer el hambre en el mundo; de definir éticas prácticas de producción, distribución y consumo para finalizar su decálogo con un regreso a la filosofía intentando reducir la distancia entre los que saben y los que no saben.
Aseguraba el escritor que todavía no somos humanos "y que es una aspiración de los hombres como cualquier otra utopía". Nos decía aquella noche que la sociedad se derrumba porque todos estamos ciegos "y esta ceguera es la ceguera de la razón". Nos habló de su libro el "Ensayo sobre la ceguera" y de que "todos los días nos quedamos ciegos para no ver lo horrendo que es el mundo."
Culpaba a los gobernantes y a las grandes fortunas "pero también nosotros nos quedamos ciegos cuando sentados ante el televisor vemos los niños famélicos del mundo y para desviar la mirada cambiamos de programa" Terminó diciendo que " En la razón, como yo la entiendo, están todos los sentimientos"
Una hermosa e inolvidable velada que invitaba a la meditación de todo lo aprendido aquella noche y, sobre todo -tras escuchar sus reflexiones y leer sus libros- que otro mundo más justo y mejor aun es posible. Maestro, intentaremos "pobre de nosotros- seguir tu senda "porque siempre acabamos llegando a donde nos esperan". Obrigado.
por Celso Peyroux
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