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LOS ÚLTIMOS DRUIDAS
RAMÓN
Se acercaba a la edad que llaman la “Tercera”. El tiempo de los sabios, de la prudencia, de los patriarcas. Pero que nadie se equivoque, su pelo de plata -desde hace muchos años- no era más que un adorno para hacer al hombre más esbelto.
Era Ramón eternamente joven como si hubiera bebido agua de Bimini “el manantial de la juventud perpetua” de aquel lugar paradisíaco que Ponce de León buscara en tierras del Caribe.
Vigoroso. Fornido. Robusto. Complexión atlética en el cuerpo capaz de derribar a un toro -en La Pradera de Paco Ruiz, valle de Carzana, donde cuidó ganado- de un puñetazo en la testuz; de hacer añicos tres troncos de leña antes que nadie y de ser el primero en entibar dos cuadros de madera en la “rampla” de la novena-sur. Raíces de árbol generoso y de nobleza en el alma.
Así transcurrieron casi siete décadas en la vida y obra de José Ramón Álvarez Argüelles hasta que la muerte puñetera quebró ilusiones y esperanzas. De aquel mozo llegado de Campiello, en los años cincuenta, ávido de luces y de forjarse un devenir para ser alguien y útil para sí, para los suyos y para la sociedad.
Esposo, padre, minero, sindicalista, pescador, caminante por senderos de auroras y crepúsculos, deportista, solidario, lector, socialista en la quintaesencia del puño que acaricia la rosa o los pétalos de rosa que perfuman la mano. El mejor alcalde después del Rey; amigo de sus amigos; con la banda de la justicia bien colocada ante sus ojos para ser imparcial.
Un amigo del alma es como las estrellas; no acuden todas las noches a la cita pero siempre están ahí en el momento que los necesitamos irradiando el bálsamo de la amistad. Y, ayer, en el camposanto de La Colegiata, todos hemos acudido para dar el último adiós al amigo que desaparece en loor de multitudes.
Cuando fallece un anciano o un ser humano que se acerca a la vejez, es como si ardiera una valiosa biblioteca en cuyos anaqueles se guardaban los libros de la sabiduría más preciados. Cuando se muere un alcalde que luchó y trabajó por el bien, el pueblo le llora y siempre tendrá para él una plegaria, un recuerdo y una rosa en su tumba.
“..Compañero del alma, compañero...”
me duele en las venas tu muerte.La Nueva España
Viernes, 9 de enero de 2004
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