Todo empezó en tarde fría y lluviosa de noviembre con una canción –“…perdonen que no me aliste/ bajo ninguna bandera…” del cantautor chileno -de ascendencia quirosana- Jorge Drexler. Casi un centenar de vecinos llenaban el salón de la Casa de Cultura quirosana.
En la mesa para desarrollar una buena parte de lo que fue la Guerra Civil en los Valles del Trubia y Quirós: el historiador Alberto Alvarez, el Cronista oficial del concejo, Roberto F. Osorio, este cronista que escribe y Francisco J. Alvarez como moderador.
Un grupo de jóvenes asistieron (hasta la hora de un partido) con gran interés a todo cuanto se decía sobre lo que fue la contienda fraterna en los valles donde los nacieron. Había en la sala gentes de todas las edades y credos políticos. Estaba el ambiente pleno de sentimientos encontrados a flor de piel, dolor, emociones y lágrimas en el alma.
Alguien de los tres hablaría del abuelo muerto y desaparecido en extrañas circuntancias; del preso sepultado en una fosa común; de la angustia vivida en el monte con la nieve y el cierzo; de la hora angustiosa esperando en capilla el momento trágico de ser llevado ante un paredón; de unas manos quebradas a machetazos aferradas a una berja. Todo fue un silencio que se podría cortar con el filo de una navaja.
Este cronista habló de la guerra como un grave conflicto entre dos o más grupos; de la violencia innata del hombre; de que “es preciso matar para seguir viviendo”, en los versos de Miguel Hernández; de la Paz como único camino que conduce al hombre a la libertad suprema… Expuso las razones del por qué se llegó a una guerra entre hermanos y vecinos.
Luego hablaría de la creación del “Asturias-39” como primer batallón miliciano -dos compañías de Quirós y dos de Teverga- que operó en el frente de Ventana; de los bombardeos aéreos en Entrago; de la batalla de Boqueirón y Socechares y del asalto a Trobaniello.
También de la retaguardia; de las quince mil personas que había que alimentar; de los racionamientos, presos políticos, la “checa de Sama” y sus asesinatos, del ganado requisado, del robo de campanas para hacer cañones, del pasillo de Grado del “terror rojo” y del “pavor azul”…
La represión republicana y franquista quedó para un excelente trabajo de Alberto Álvarez dando una visión nacional, regional y local de la crueldad, ignominia y vileza de acabar con vidas que no valían nada porque a los religiosos había que llevarlos de paseo, se hacía necesario exterminar a los “derechistas” y a los del bando perdedor había que aniquilarlos y darles “mucho café”, en palabras del general San Jurjo solicitando el fusilamiento de García Lorca.
Habló el historiador, con gran documentación, de las cárceles, penales, los campos de concentración gallegos y los últimos momentos de los presos, entre otros del Rector de la Universidad de Oviedo, Leopoldo Alas; de la iglesiona de los Jesuitas y la cárcel del Coto en Gijón; de la desbandada por mar en el Musel; de las fosas comunes, entre ellas la del cementerio de Oviedo donde yacen 21 quirosanos; de maestros y sacerdotes ejecutados, del libro de Elio José Canteli y de sus desventuras y del pueblo de Cienfuegos que no permitió que la “checa” se llevara al cura para fusilarlo.
El cronista oficial de Quirós, Roberto F. Osorio y colaborador de LA NUEVA ESPAÑA cerró el turno con un cuidadoso capítulo de aventuras y muerte protagonizado por los “fugaos” del monte. Dio santo y seña de todos ellos, con escrupulosa documentación recogida a diferentes comunicantes, desde hace varios años.
Expuso la dura vida de los huidos, con sus refugios, los sobresaltos, los cambios de valles y montañas por el Aramo, el cordal de Sobia, los bosques de Agüeria, la collada de Aciera, la emboscada de Cortes, las denuncias y la inquina vecinal para ir concluyendo con “Adelo” (Adelino Fernández) el último “fugao” apresado y abatido de veintinueve disparos en las inmediaciones de las Minas del Xagarín el 14 de julio de 1949, doce años después de terminada la guerra civil en Asturias.
Asesinados y verdugos que yacen en el mismo camposanto. Imágenes perennes para ser plasmadas sobre un lienzo por el pintor Florentino Menes. La memoria para siempre en las palabras postreras de Quico Álvarez: “El tiempo escribió vuestros nombres en el aire. El viento llevó vuestros nombres en el tiempo. No hay viento, no hay nombres, no hay tiempo. Solo el recuerdo.”