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Paul Eluard,
la voz de la paz y la palabra
-En el cincuentenario
de la muerte de un poeta-

En estos días se cumple el cincuenta aniversario de la muerte del poeta francés Paul Eluard, fallecido un 18 de noviembre de 1952 en su casa de los alrededores de París como consecuencia de una angina de pecho. “Moría de no morirse” en plena guerra fría y en una coyuntura histórica donde cada uno reconocía perfectamente su campo al tiempo que los escritores de la guerra continuaban su lucha para la liberación también de la palabra.

Enclavado dentro del movimiento surrealista formó parte del grupo dirigido por André Breton y fue un gran amigo de Pablo Picasso y un verdadero entusiasta de España y de lo español, llegando a escribir cuatro poemas como recuerdo de las dos visitas que realizó y la traducción de un poema de García Lorca.

Poeta de la revolucion y de la Resistencia de la soledad, la paz y la comunión entre los hombres, filántropo, moralista y poeta sobre todo del amor, se negó a seguir el orden absurdo de la vida fundado en la desigualdad, el engaño, la cobardía, la iniquidad y la soberbia. Buscó, en todo momento, a través de sus treinta libros de poemas editados, sus confenrencias y artículos, la fraternidad entre los hombres a través del mensaje poetico al que consideraba como “la verdad práctica de la vida”.

La existencia de Paul Eluard ha sido profusa, rica, profunda, variada y llena a pesar de que se encontró con la muerte a los 57 años en plena creación; tiempo aquel en el que, el poeta maduro, escribía sus mejores versos.

Cualquiera de los hilos -bien tejidos- que conducen a la vida y obra del poeta son dignos de mención y de ser tratados en ensayos profundos o, al menos, en artículos que nos mostrarían experiencias vibrantes y horizontes emocionados de esperanza, progreso y lucha: la imágenes de sus versos; el poeta la pintura y su amistad con los grandes pintores de su generación: Picasso, Dalí, Miró, Max Ernst...; su humanismo y filantropía; sus compromisos con los movimientos Dada y el Surrealismo; su nostalgia de la luz y su visión poética del agua, del fuego y de la muerte; sus versos de combate (vivió y participó activamente en las dos grandes guerras mundiales); su solidaridad con la masa trabajadora y su acercamiento a las ideas comunistas.

Adentrarse, en fin, -por extraño que parezca- en el nexo poético (comparaciones e interpretaciones entre tiempos, espacios y poéticas) que se ha podido encontrar entre Eluard y San Juan de la Cruz tan diferentes en sus postulados y conceptos vitales sobrepasados ambos por su dimensión universal, pero con un amor desbordante y lleno de entusiasmo y de furor que parece precipitarles, en la noche oscura, fuera de ellos mismos.

Recordar, en este modesto y exiguo trabajo unas pinceladas sobre la vida y la obra de Paul Eluard, es dar testimonio de un periplo vital generoso, altruista y solidario a través de una poesía suelta, sencilla, popular apartada de retóricas y perfeccionismos.

El verso al desnudo y limpio de polvo y de paja como el grano de trigo, luego de ser oreado por los vientos, como aquellos versos y oraciones de un caminante llamado León Felipe: “...Aventad las palabras/y si después queda algo todavía,/ eso será la poesía...” Palabras ebrias de luz y de esperanza, ante una sociedad -la de hoy- necesitada de los grandes valores éticos que en el mundo han sido a través de los tiempos.

Un poeta “engagé” (comprometido) como lo fueron casi todos los poetas, entendiendo que la poesía es indisciplina y rebelión desde el mismo San Juan de la Cruz, sin ir más lejos, hasta Ángel González, nuestro vate astur.

La palabra. La palabra en prosa o la palabra en verso. Pero siempre la palabra. Quien tiene la palabra tiene el poder. “Por el poder de una palabra -escribía- te nombro Libertad”. La palabra demoledora, justa y acusadora de Emilio Zola, en el caso Dreyfus capaz de hacer temblar a toda una nación. Y en estos días que es otoño y otras luces cambian el paisaje, Ángel González se impregna del verbo con su esencia sensual: “...Tardes hay, sin embargo,/en las que manoseo las palabras,/muerdo sus senos y sus piernas ágiles,/les levanto las faldas con mis dedos...”

Sobre el uso de la palabra, Paul Eluard nos dice: “...Del lenguaje desagradable que utilizan los charlatanes, hagamos una lengua grata, verdadera y común a todos”. Para el poeta las palabras son una realidad viva y llevan consigo un poder creador y una presencia fecunda.

A Eluard le gusta pronunciarlas, oírlas, sentir su belleza, su fuerza su calor; levantarles las faldas, desnudarlas. Palabras libres sin rejas ni cadenas que encierran el misterio en su corazón: Las palabras que me son prohibidas/ me son también oscuras,/ pero las palabras que me son permitidas/¿qué esconden?

Paul Eluard sufre -en cuerpo y alma, durante las dos guerras- el realismo patético que se abre ante sus ojos y así lo demuestran las cartas que escribe a sus padres y amigos mostrando la crueldad de las imágenes vivas y atroces que está viviendo. Son cartas escritas por un joven de veinte años, edad en la que Arthur Rimbaud abandona la poesía.

La visión del sufrimiento de los hombres: cojos, ciegos, moribundos y los muertos le dejan a él en carne viva y es allí donde nace el desprecio hacia “los constructores de ruinas” como dice en un poema y contra los que pretenden instaurar el “Tiempo de la infamia y de la maldad” haciendo mención al verdadero espíritu de la poesía de Charles Baudelaire cuando habla de que “la poesía es la negación de la iniquidad”. En este sentido, Eluard deja escrito: “el poeta deberá ser, ante todo, un hombre justo; tener siempre consigo la nostalgia de la justicia.”

Eluard es sensible a las miserias de la condiciòn humana y lucha y escribe, a partir de aquellas secuencias dolorosas que no podrá nunca apartar de sus ojos: “Ha llegado el tiempo en el que los poetas tienen el derecho y el deber de asumir que están profundamente inmersos en la vida de las mujeres y de los hombres. En la vida de la comunidad.

Hoy, la soledad de los poetas, se borra día a día. He aquí, sin embargo, que son hombres entre los hombres y que tienen hermanos”
Palabras habría que trasladar hoy al mundo literario y de la creación de este país para ver cual es el compromiso solidario de los escritores y de los artistas ante una constante crisis de valores donde todo vale en la revuelta caja de Pandora.

Así, uno tiene derecho a preguntarse: ¿Dónde están los Machado, Hernández, León Felipe, Alberti, José Hierro, Goytisolo, Neruda, Celaya, Blas de Otero y tantos otros que nos hicieron vibrar con sus poemas? ¿Dejó la poesía de ser rebelión, indisciplina y la palabra mágica y misteriosa, díscola y transparente?

Si así fuere, apostemos -de una vez por todas- por “El Gran Hermano” y otras miserias televisivas y con los muchachos de la “Operación Triunfo” aprendamos a cantar, o al menos a gritar como César Vallejo: ¡España, aparta de mi este cáliz!

En Saint Denis -otrora barriada obrera de la periferia de París y lugar de nacimiento de Eluard- hay un museo muy cerca de la catedral que merece la pena ser visitado. Allí en el primer piso existen dos salas consagradas a la memoria y el recuerdo del poeta.

Se hace indispensable su visita para quienes quieran encontrar las grandes referencias de su vida, la mesa donde trabajaba con sus objetos cotidianos y familiares, los cuadros y los dibujos de los pintores que fueron sus amigos, las fotos de su familia y de las mujeres amadas, las secuencias de sus viajes, las instantáneas de la época y de las dos grandes guerras mundiales, su biblioteca y sus libros colocados con esmero.

Y quien sabe...a lo mejor afinando el oído puede llegar la música de sus versos que nos invitan a continuar en la lucha por la dignidad del hombre y del don supremo de la libertad, la paz y la palabra.

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