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MIRANDA 2001
PREGÓN DE FIESTAS
En un jardín público de una hermosa villa asturiana -de cuyo nombre no quiero acordarme- habitan, entre el silente yunque de sus frondas- cuatro elementos que se escapan -ay de mi- a la vista y sensibilidad de los ciudadanos que transitan por sus paseos: unos en el descanso y ocio de una jubilación bien ganada; otros cargados de las prisas y de las zozobras cotidianas, incapaces -mediante una sencilla meditación instantánea- de alejarse o al menos no permitir que el mundanal ruido los absorba; los embrutezca.
Son estos componentes una estela en piedra sobre la cual un cincel ha escrito -hace algunos años- unos versos profundos formando el último terceto de un soneto; Alfonso Camín había sido su autor cuando fue peregrino de versos y oraciones allá en Las Américas. El segundo de ellos es el busto, también en piedra, de Leopoldo Alas, de seudónimo “Clarín” a quien se debe una de las novelas más importante de la literatura universal: “la Regenta”.
Otra esfinge -a la sombra de un hermoso cedro del Líbano, esta vez, cincelado en bronce- pertenece al pintor y dibujante Alfonso Iglesias, padre de Pinín -que de Telva fue sobrín- que con sus aventuras y viñetas endulzó la fantasía de los niños de mi generación. Un cuarto y último elemento, en fin, es el cuerpecillo en metal de un niño que, sobre una fuente, sopla un olifante como queriendo llamar a concejo o invitando a los peatones a una fiesta.
Y son con estas premisas, al toque de trompeta o de olifante -en un intento de emular la criatura de la fontana- sobre las que voy a realizar la labor de pregonero en las fiestas de Miranda o de Xagó, con ciertas reminiscencias galas -pues cuentan las crónicas, entre la historia y la leyenda- que fue este solar importante encrucijada de senderos. Una de aquellas vías de caminantes que cruzaban las Asturias en busca del Campo de la Estela donde se asegura que yacen los restos del apóstol Santiago.
Tierras estas de la marina, entre el campo, la procelosa mar y la industria que en la evolución del mundo no solo no han querido descolgarse sino que bebieron, día a día, cada uno de los capítulos vitales desde la noche de los tiempos hasta esta velada cultural, festiva y filantrópica.
Un atardecer me fui -recogiendo las hebras del sol para un canasto- en busca de un poeta que me mostrara la verdad de la vida, y me encontré, de pronto, con las manos de un artista que, con arte-sano, acariciaba el barro dando forma y vida a un cántaro de vino. He visto al hombre acariciar la arcilla como si del cuerpo de su amada se tratara. He visto introducirlo en el horno del fuego sagrado y, tiempo después, exponer su misteriosa negrura de recipiente alado sobre una alacena donde otros cántaros y vasijas, jarros y escudillas esperaban y daban la bienvenida al recién llegado. Se hizo el silencio y acercando mi oído escuché cantar el alma del vino en el fondo de un cántaro vacío. Se había hecho el milagro.
Y antes, o después o al mismo tiempo se oía otra canción a ritmo de yunque y de martillo y cómo en la fragua de Vulcano el hierro y el acero tomaban forma de calderos y baldes, rejas y utensilios entre miríadas de estrellas que los metales expandían al golpear el brazo desnudo del herrero. ¡Qué canciones tan bellas! ¡Qué baladas tristes y alegres despedía el corazón del hierro al soplo del barquín poniendo vida al fuego! ¡Cómo supo Velázquez, y tal vez Carreño de Miranda y Alfonso, el dibujante, poner poesía en sus pinceles para plasmar la esencia de una fragua sobre el lienzo. Después de todo, ¿Qué es la pintura mas que poesía plasmada en una tela? ¿Y qué es un poema sino un cuadro de imágenes, de luz, de colores y una canción de cuna para dormir al barro y despertar al cobre?
Y una vez más otra canción porque en fiestas estamos -lo anunció el olifante del niño en la fontana- y hágase la alegría y el gozo de vivir en estos días, pues tiempo tendremos a degustar las amargas manzanas de la vida. Otra canción. La canción puesta en los labios de las hilanderas que en este lugar laboraban en los telares; texedoras de lino y otros hilos y otras hebras para manteles, prendas de vestir, ajuares de novia y sábanas sobre las que se dirían palabras tiernas entre los amados y brotarían lágrimas de angustia y de tristeza porque de rosas y de espinas están escritos los versos del amor.
Y una vez más llamada a la pintura para mostrar la belleza a través del pincel. Y otra vez, hubo de ser Diego de Velázquez quien hiciera suya y para los demás las palabras de Tomás de Aquino -santo y filósofo-: “la belleza es aquello cuya contemplación produce placer espiritual inmediato”.
Y con canciones seguimos repasando la vida. Cantos que se convierten en tonada vernácula porque ¿Hay algo más nuestro que la voz profunda y varonil de nuestros hombres entonando a pecho llano o con los sones de la gaita la expresión del alma convertida en canción? ¿Habrá imagen más bella que la de una esfoyaza o un filandón de hombres y mujeres entorno a un tonel donde duerme también el corazón de Asturias? Y, de pronto, de la reunión vespertina, surge -como por arte de sortilegio- el preciado manantial de la voz humana y el canto dorado de la sidra acariciando el vaso con la misma armonía que lo hiciera el arpa del poeta. Aquella sidra de las pomaradas de Miranda, verdadero champán que ya quisieran para sí algunos cosecheros que presumen del líquido elemento.
Pero ¿Quien hace la historia y la leyenda más que las mujeres y los hombres? Sería necio por mi parte no ser agradecido y poner a cada uno en el lugar que le corresponde, porque por sus hechos fueron o habrán de ser conocidos: aquel Rey de la Patagonia de vivo recuerdo, José Menéndez, de cuna mirandesa, adelantado de este solar en el mediodía argentino, donde entre tanta soledad, solo el viento sabe la verdadera y única verdad de las Historias. El emigrante. Palabra diáfana y profunda cual vuelo de golondrina buscando otros aleros; nuevos horizontes donde instalar su nido.
Tres obras de arte me evocan esta voz decimonónica cuando en bergantines y vapores se iban los hijos y las hijas de Asturias en busca de la ilusión perdida. Allá se iban por los confines de los siete mares entre los reinos de los Aztecas y del Inca. Unos han vuelto para plantar la palma y hacer sus esponsales con la moza más bella de la quintana. Algunos, los menos, dieron oro y plata para construir una fuente que llevara su nombre y otros una escuela para a`prender la palabra oral y escrita y borrar la falta de cultura. Otros, los más, siguen viviendo junto a hijos y nietos en una tierra que ya les pertenece con la nostalgia en el alma y una lágrima en los ojos cuando alguien les recuerda la patria chica.
Un bronce en el oriente, por tierras llaniscas, muestra sobre una atalaya el viajero que se va y nada se sabe de su retorno. En Noega, el Xixón de Jovellanos, el del Barrio de Cimavilla y el de la calle Corrida de El Presi -rapsoda del éxodo- se levanta, al borde de la mar, una hermosa estatua de bronce que reproduce la imagen de una madre. Tiende la anciana los brazos hacia el hijo que se va mientras sus cabellos agitados por el viento hacen de la mujer un ser enajenado. El vulgo no tardó en llamarla La Lloca del Muro.
Y una tercera obra de arte aparece bajo forma de poema. ¡Qué casualidad! ¡Qué hermoso azar! La verdad de la vida -siempre, pero es que siempre- se nos presenta contada por el verso. Y no es que el poeta se sirva de las palabras, sino que son las palabras las que se sirven del verso y del poeta. Allá en las tierras donde me nacieron hay un tejo milenario a cuyas ramas y raíces puso el poeta la palabra para ensalzar el árbol sagrado alrededor del cual y en noches de sortilegio y plenilunio, nuestros antepasados bailaban de la mano la Danza Prima. Y el poeta emigrante Alfonso Camín trazó los versos a los que no puedo resistirme en dar lectura a alguno de sus pasajes:
El tejo es la estampa del tiempo
es el guía del sol,
el reloj de la luna
y el guardián de los muertos..
.......
Vecino al templo antiguo
y al camposanto viejo,
nadie sabrá de dónde
vino un día
el árbol misionero.
Nadie sabe, ni noble ni villano
ni erudito o labriego,
idólatra o cristiano
quien puso allí
aquel símbolo del tiempo.
.....
Mecerá muchas cunas
con el rumor de viento;
verá secarse en la cercanas huertas
los cerezales viejos,
caer el roble en cuyas fuertes ramas
se refugian el pájaro y el trueno.
.....
Se marcharon los hijos de emigrantes,
se hicieron en América banqueros
y ya no se recuerdan
de visitar el caserón y el pueblo.
Verá a las mozas hoy con el
cabello rubio
y las campanas con sus sones nuevos
como hoy tocan a fiesta
para tocar en otra noche a muerto.
......
Él mejor que las cruces del camino
puede decir: ¡Detente pasajero!
Soy el que hace el balance de los siglos.
Soy el depositario de los muertos.
¿Vienes del mar lejano?
¿Qué buscas la heredad?
igual que el fuego se anima
si se sopla en las cenizas,
mi ramazón te animará el recuerdo.
Ahí estaba la casa.
Ahí estaban tus padres. Eran buenos.
Trabaja que trabaja en el verano
canción y fogaril en el invierno,
alegres o contritos,
pero honrados y enteros
sembraron, cosecharon
vivieron y murieron.
¡Yo presencié sus bodas
y presencié su entierro!
Murieron con los ojos
mirando hacia allá lejos,
el camino del mar, por donde un día
despidieron a un hijo que no ha vuelto.
Bajará la cabeza el visitante,
saldrá al camino y al mirar al pueblo
guardián de las cenizas familiares,
volverá a ver el árbol misionero.
La más antigua ermita
tiene en Teverga un tejo,
se sabe el siglo que labró la piedra
mas no la mano que plantó el renuevo.
¿Qué relatos no nos contarían para gozo y deleite Cánovas, el calderero o Manolo Cadenas quienes hicieron de sus vidas la forja del hierro y el libreto del gran teatro del mundo en el que ellos y nosotros somos personajes de primera fila?
Y entre el elenco popular surgen las letras y las bellas artes, porque el hombre ha sabido -desde que plasmó por vez primera los sonidos sobre el papiro, la arcilla o el pergamino o sus pinceles sobre las paredes rupestres- ha sabido -digo- dejar su huella escrita y el arco iris de sus colores para los anales de la historia.
Cuentan que aquí Alejandro Casona aprendió a leer y a escribir de la mano de su madre Dª Faustina Alvarez, maestra ejemplar de este pueblo, porque ejemplares son aquellos y aquellas que nos enseñan y abren las luces del entendimiento. Y tal vez porque quien crea y plasma la fantasía de la vida sobre un mundo de letras, comienza desde su más tierna infancia, a tejer -como las texedoras- los personajes y versos que un día configurarán sus libros.
¿Nos atreveríamos a decir que “La casa de los siete balcones”, “La Dama del Alba” o “Nuestra Natacha” (Natalia Valdés) fueron engendradas en Miranda?. ¿Por qué no? Y la raposa, con pata o sin ella, como escribiera Ramón Pérez de Ayala, algo tiene que ver con estas tierras, como lo fue Tigre Juan, el comerciante amanuense del mercado de Pilares.
Y otra vez vuelta a la pintura porque -queda dicho- que poesía y pintura van de la mano en la más bella de las simbiosis con la misma alquimia macerada que el crisol donde se funde el hierro que luego el calderero daba forma. Carreño de Miranda es tanto como decir que aquí, en este solar, nació uno de los maestros de la pintura que supo acuñar su propia escuela y dar nombre y prestigio a los valles de Xagó.
Mas volvamos de nuevo a rescatar los elementos del jardín público un poco apartados de nuestra alocución pero nunca olvidados porque en ellos -dicho queda- está el tuétano de las palabras del pregonero.
Recordemos al niño de la fontana haciendo sonar su olifante con clarines de fiesta, porque no hemos de olvidar que esto -ante todo y sobre todo- es una asamblea festera. Traigamos de nuevo la memoria de Clarín en el primer centenario de su muerte, para recordar su estirpe de periodista, de columnista incisivo, de escritor de cuentos y sobre todo la de uno de los novelistas más importantes de la literatura de la globalización; dicho con una pincelada de ironía.
Los amores de la desdichada Ana Ozores, esposa del Regente, con Alvaro Mesía, Tenorio de Vetusta y las confesiones tiernas y sensuales con el magistral don Fermín de Pas, -el buen mozo montañés- poniendo la pluma sobre la sociedad de una heroica ciudad. Corte que fue, en lejano siglo, que dormía la siesta, mientras era escudriñada con un catalejo desde las altas torres de su catedral. Puedo asegurarles que su lectura bien merece la pena.
Tengamos vivo un recordatorio para Alfonso Iglesias inventor del madreñogiro que está aparcado en el aeropuerto de Ranón, de sus pinceles y de su inventiva para dar vida a aquel guaje ruin que de Pinón y Telva era sobrín y detengámonos delante de la estela de piedra para leer unos versos que dicen así:
Si soy el roble con el viento en guerra
cómo nací con la raíz ausente?
como se puede florecer sin tierra?
Alfonso Camín
La quinta esencia de un poema donde se armoniza el verbo, lleno de imágenes: el ser o no ser de los hombres. Pienso, luego soy. Pienso, luego existo: amo, canto, lloro, laboro, medito. La tercera verdad, aquella que prevalece limpia y transparente, no se consigue por la razón de la fuerza, sino por la fuerza de la razón; de la palabra y del diálogo que es el don más preciado que nos ha dado la naturaleza a hombres y mujeres.
Lo que ocurre es que, a veces, las palabras se enredan como las zarzas y hay algunas que habría que ocultar debajo de la lengua antes de que viera la luz del día. Porque tendríamos que acostumbrarnos, amigos, a conjugar más el verbo ser que el haber o tener: Yo tengo, el tiene y con este verbo, nos encumbramos los hombres en la soberbia, la vanidad y el egoísmo. No es más feliz el que más tiene si no el que menos necesita. Y es así como la solidaridad con los demás llama a nuestra puerta en los versos de Calderón de la Barca en su Vida es Sueño:
Cuentan de que un sabio un día
tan pobre y mísero estaba
que sólo se sustentaba
de las yerbas que cogía.
¿Habrá otro -para sí decía-
tan mísero como yo
y cuando el rostro volvió
halló la respuesta viendo
que otro sabio iba cogiendo
las yerbas que él arrojó
El roble. Árbol de la vida porque sus raíces son sus ramas en la tierra y su enramada las raíces en el viento. Una naturaleza que el hombre esquilma día a día sin que los gobernantes tomen medidas. El silbo del viento que nos trae mensajes y que lleva nuestra palabra. Que acaricia la cara. Basta con escuchar atento para que el viento nos llene de armonía con aquellas palabras que se habían quedado mudas
La raigambre es la que sustenta el tronco padre y las ramas abiertas a las nuevas generaciones. Los druidas eran los depositarios del saber sagrado de nuestros abuelos celtas que guardaban con rigor y entusiasmo las costumbres y creencias de los suyos para luego transmitirlas a los niños. Pues bien, nosotros, amigos, tendremos que volver -de alguna forma- a recuperar sus enseñanzas para trasmitirlas a los que vienen detrás.
Un pueblo sin raíces es una naturaleza muerta; un campo yermo que no tiene vida. Una Asturias que no sabe o que no le dejan armonizar sus costumbres de antaño y el respeto a lo nuestro con los tiempos que corren: algunos medios comunicativos con sus “prensamientos” de poca ética y escasa credibilidad, consolas, vídeos y el “Hermano Lobo”, es decir, El Gran Hermano que acaba con la dignidad del hombre apostado ante un televisor, que como un depredador, termina con la lectura, la música, el arte, la literatura y el diálogo entre los miembros de la familia. Hace miles de años, por la secreta escala del tiempo y del espacio descendió una mañana la vida hasta los últimos confines de la tierra y de los mares, y se hizo hombre.
Y es que el hombre es un ser digno que caminando junto a otro hombre por los andamios y las fraguas de la Historia podemos ascender con nuestra herencia a lo más alto. Y así, regresar al punto de partida, para elevar la Humanidad al sitio sagrado que le corresponde por lugares donde la luz transita en busca del horizonte amanecido.
No nos limitemos a contemplar nuestras raíces, nuestra idiosincrasia y la herencia de nuestros mayores en los museos, considerando que estos archivos son el legado de nuestros ancestros y de todo cuanto fueron. No fijemos en un sólo día las fiestas de Miranda; porque hay más días para hablar y trabajar por el solar lariego en beneficio de la comunidad.
No convirtamos este espacio sacro de Miranda -tan lleno de vida y de historia, tan cargado de valores espirituales y endógenos- en un pueblo dormitorio o en un barrio de chalets “acosados”, donde falta la palabra y se ven ojos bizcos y córneas torturadas en el silencio de un verbo cercenado.
Porque si falta el “filandón”, si falla aquel hombre -cuya palabra era una escritura ante notario-, si desaparece el sexto sentido femenino de nuestras madres y abuelas, si cada uno de nosotros nos refugiamos en el ostracismo individual, habremos perdido nuestras verdaderas raíces, el valor colectivo de lo humano y así lo habremos perdido todo.
¿No han sido estas tierras solares reivindicativos y de revoluciones a lo largo de nuestra Historia? Pues todo cuanto hagamos en favor de nuestra idiosincrasia, raíces y señas de identidad será un buen signo. Señal de que habremos comenzado una revolución pendiente, incruenta, contestaria y justa.
Y termino con las gracias por vuestro interés e indulgencia. Os dejo en compañía del niño con trompeta y gaita y tamboril para que la romería sea amena. Os dejo en la siempre grata presencia de José Manuel, vuestro párroco, coleccionista de auroras y crepúsculos y hombre de bien. Parafreseando la Biblia, por sus versos les conoceréis:
...No hay derecho. Protesto. Me rebelo
contra un mundo cruel. Maldita sea.
Quiero decir -entiéndame quien lea-
que es preciso abatir el falso cielo....
Y lo hago por extensión a la junta directiva de la Comisión de festejos que os ha preparado con ardua labor y con afecto un bello programa festivo.
En un jardín público de una hermosa villa asturiana -de cuyo nombre no quiero acordarme- yacen las Bellas Artes y la Literatura, junto a la Paz y la Palabra. Son las mismas que dejo con vosotros en estas fiestas de Xagó con una preciosa y preciada carga de felicidad y los mejores deseos para todos.
Muchas gracias
ã Celso Peyroux
Miranda (Xagó) verano de 2001
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