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LA FOCELLA EN EL RECUERDO
Pregón 2006
Celso Peyroux
La Focella, 8 de septiembre de 2006Mirad, yo tenía un amigo. Un amigo de cuyos labios aprendí el nombre de La Focella para no olvidarlo nunca más y para querer a sus antepasados, vecinos y descendientes. Un amigo de los años cincuenta cuando había minas en Santianes, Campiello, Las Garbas, Taxa, en El Privilegio y labradores por todos los valles y rincones. No habia zarzas en los cortinales, nin rades, nin felechos nin árgomas, nin ganzus en los pastos y prados. ¡Como ahora!
Los dos íbamos a la escuela pura y dura sin deberes para el día siguiente, ni radio, ni tele, ni video-consolas que apartan a los niños de la realidad de la vida, de la lectura, del don de la palabra y del medio natural. El catecismo en la colegiata de La Plaza para aprender la porla , correr por los claustros jugando a aquello de: "Al pitin pitón cada uno a su rincón" y alrededor del Texu milenario que se nos muere de pie como los valientes, mientras otros destruyen hospitalillos. Es decir desnudan un santo para vestir a otro.
Vendedores de periódicos que fuimos los dos, a la edad de ocho años, bajo la lluvia, el sol, el viento y la nieve. Todo un tiempo infantil carrapotando diarios asturianos y madrileños por todo el concejo. Travesuras y algunas maldades como aquella en una artimaña preparada en el que uno de nosotros engañaba a Trina la de Campos diciéndole que era la moza más guapa del contorno -con aquella papada que no había blusa que abotonara su desmesurado cuello y un obanillo como un puño de grande en medio de la tiesta. ¡Probe Trina siempre enamorada y esperando que un mozo la cortejara!
Mientras uno le espetaba los más dulces piropos, el otro le hurtaba por detrás: manzanas, peras, y ablanas que llevaba al mercado en una maniega colgada del brazo. ¡Que Dios la tenga en la gloria y a nosotros nos perdone!
Las Dos familias de los dos amigos: una de cada bando en la Guerra Civil. Las narraciones de un berciano huido del "pavor azul", su padre, en el Frente de Ventana y otras desgracias. Los cuentos y leyendas de Avelina su madre, una de las numerosas hijas de Pepe Maruxa. Así había nacido la esencia de la amistad en lo más bello y profundo que guarda el hombre en el tálamo de su memoria: la infancia.
Yo tenía un amigo que me hablaba de La Focella como el pueblo donde se levantaba el albergue de la sexta felicidad. Era tal su vehemencia al describirlo que de saberlo Palacio Vadés -el novelista de Laviana- hubiera ubicado en este solar focellano su Arcadia o lugar mágico y esotérico de La Aldea perdida.
Los dos amigos vendíamos periódicos -queda dicho- y ambos subíamos a cobrar a Páramo los recibos del mes. Eran las tardes de los jueves en la que los niños no teníamos clase en la escuela de D. Arturo. Y una de aquellas tardes delante del hospitalillo -ay madre que la piqueta municipal lo derribó- cogíamos un camión ruso de cabina estrecha que bajaba el carbón de la Verde.
Ponía en el morro 3 HC y mi amigo le decía el "Tres hermanos comunistas". Su conductor, para más señas, le llamaban Yayo, tenía el pelo rizoso y siempre apretaba un farias en la boca.
Subimos en la caja con el negro del carbón mirando entusiasmados el paisaje impresionados por el desfiladero de Estrechura, el río en el abismo, la oscuridad del túnel y la Ferreirua a lo lejos como la madre de todas las cumbres. ¿Quién se resistía a no subir a La Focella tras el empeño y enfado de mi amigo si no aceptaba la invitación a conocer la cuna natal de sus ancestros?.
Subimos por el camino viejo que él conocía. El mismo que Milio me contaba hace unos días mientras en casa de Duardo, el de Oliva o bien Oliva la de Duardo -dependiendo del matriarcado o del patriarcado- preparaban una tortilla de ortigas que Gelu había mesioriau xuntu algún barganaz:
¿Taba bona Gelu?
Los lugares por donde pasamos se seguirán llamando: La Loma, La Casuca (donde Milio me dijo que hubo una escuela), El Coutu, El Tsanón, La Debesa de Juan Uría, El Carbachu Tubau, La Portietsa'l Fuerfu, Sobrerrozadas, Las Gabilanceras, El Cantón, Las Tramas, El Canto la Sierra y ... La Foceicha.
El caso es que fue una visita recorriendo todo el pueblo saludando familiares y vecinos. De aquella mucha gente. El regreso se hizo en otro camión carbonero o en uno de los del mineral que bajaban de los lagos de Camayor. Eso ya no lo rcuerdo.
Yo tenía un amigo que me hablaba de Las Navariegas. El decía que no había braña más guapa y yo fui dando fé de su belleza cuantas veces la visité que fueron muchas sintiendo las entrañas del río La Verde romperse en Los Xiblos en espuma de plata y bajar brincando hasta la Fervienza y el Pramolín. Arrastraban sus efluvios páginas de historias y de leyendas que se contaban en la braña y tal vez entre las piedras de la senda del Camin de La Mesa donde aun se recuerdan los moros y romanos.
El camino es el mismo. Los nombres de entonces también lo son. Bueno sería coger un día a los nenos y que provistos de un cuaderno de campo fueran anotando para que no se pierdan topónimos tan bellos y tan de casa como: Cantu La sierra, Cantu Marinieves, Salgueiru, La Techera, La Zreizal, Los Tsamorgales, El Carbuezu, La Fala lus Vaqueirus, Michadoriu, Cueña Cotetsongu, Branietsa, Las dos Regueiras, El Carbachón, La Granda, Las Bidulis, Picu La Granda y la Costina de Salsipuedes para llegar al Río Fundil, Lus Cabreirus, La Parada d'arriba y. la Fonte.
Hoy braña y camino necesitaban más que una buena estaferia, recuerdos y palabras, un plan de recuperación de un patrimonio rural que se nos hunde en las manos sin que naide, pero naide faiga un tris pa que nun s'esbaldrone . Cabanos y corros se inclinan de rodillas mientras las troneras donde se guardaba la leche al lado de la regueira han desaparecido. Incluso aquella cabaña de la Pipuca donde hacían en el verano los filandones con vino de Torrestigo, frixuelos de maiz y boya de escanda. Y a venga a datse a la parpachuela.
Yo tenía un amigo que me hablaba de la laguna más bella en cuyas aguas profundas habitaba el dragón de las siete colas custodiando un tesoro. Siempre inundada, sobre todo en invierno, dicen que la cruzaban los mozos hasta lo cabeiru para "esbariar" por encima del xelu y que lo hacían con ramus y carrietsas provistas de calzaduras que se deslizaban por toda aquel gélido espejo. No hacía falta pasar a Suiza porque allí estaba la mejor pista de patinaje.
Más de uno se habrá baltiau al suelo y llevado buenas tarascadas. Un buen día un hombre portugués abrió la compuerta y se acabó el encanto. Era familia de mi amigo. ¿No se podría hacer -pregunto- un proyecto de conservación y aprovechamiento para recuperar la laguna del tesoro que nunca se encontró pero que ella misma es ya una joya de la naturaleza con las aguas plateadas que vienen de Cangueiriz bajo el vuelo de los ánades silvestres?
Yo tenía un amigoque me hablaba de las gentes de La Focella. Me decía Milio, el otro día, que llegó a haber cuarenta vecinos.
Abultame enforma Milio .
Pero si tu lo dices ser ya verdá ya cun esu basta . Dice también Milio -para corroborar su estadistica- que había cuarenta fornos pa arroxar y cocer el pan . De escanda, claro está. Pues si había cuarenta fornos, había cuarenta casas y si en cada casa habitaba un vecino con su prole, las cuentas estan buenas de echar y Milio lleva la razón.
Entre ellos recordaba Milio a: Pachu "el xastre", a Serafina, a María la de Rafaela que tocaba el acordeón y las castañuelas, a José el de Servando que tocaba la flauta como un malvís y a Avelino el del xastre que tocaba la gaita. Todos ellos para endulzar las agrias manzanas de la vida. Pero no habría de faltar un buen artesano, fino en la madera, un madreñeiru, un buen canteiru y una partera para ayudar a los niños a ver las luces primeras de este pícaro mundo.
Y de entre todos -me cuentan- que uno de los más célebres era el llamado Pepe Lías. Iba con el hacha al hombro camino del monte y alguien le pregunta:
-¿Ande vas Pin?
-Vou faer una pouca de tseña. Contesta.
¿Ya quien va cuntigu?
-E l maridu de María, el maridu de Taresa, el fíu de Ricardu, Pepe Lias ya you. Entendiendo que eran todos la misma persona.
Mi amigo no me hablaba de su madre porque yo tuve la suerte de conocerla y de tenerla hoy aquí entre nosotros. Avelina Fernandez que a sus noventa años nos deja una amplia obra escrita en poesía que algún día vera la luz con versos tan nuestros como estos dedicados a su aldea natal:
Es una pequeña aldea
Pero bien planificada
Que pueden llegar los coches
Hasta todas las viviendas
Delante de sus terrazas
Conserva los nueve hórreos
Y también las dos paneras
Con un milenario tejo
El fontán y el lavadero.
También están coservadas
Aquellas casas de piedra.
Aunque no estemos allí
Si somos de La Focella
Recordemos con orgullo
A nuestra pequeña aldea.Pido un aplauso para nuestra venerable poetisa
¿Pero cuantas más gentes no habría ocurrentes, generosas, simpáticas y también torcidas? Porque de todo hay en la viña del Señor y cada una de nuestras vidas es un libro.
Yo tenía un amigo a quien su madre y a mi en las noches de invierno, en la humilde casita de San Martín, nos contaba los corros de los filandones - en torno al yar- que tenían lugar entre jarana, chistes verdes, alguna panocha pa esfochar, queisadietsas ya sidra dulce asgaya animados, a veces, con flauta, gaita y pandeiru. Allí mozos y mozas comenzaban sus primeros devaneos amorosos y quien sabe si en algún pachar -después de la velada- se amaban con ternura unos por encima de los otros.
Los lugares donde acontecían aquellas veladas era en las casas de Serafina, de Teresa y de Víctor, el de María Benina, en el Fontán. ¡Ay si hicieramos más filandones y viéramos menos la tele!
¿Y de las nevadas? Aquella nevadona de marzo que pasaba la güelga por encima del corbatón que había en la corralada de Antón de Castañón. ¿y de los trabes del túnel y de Covarrubia, alguien se acuerda? De las estaferias o trabajos colectivos de la comunidad poco que hablar porque para orgullo del pueblo, vosotros habéis recogido la antorcha de los antepasados.
Y ¿De las coladas de las mucheres?
Pues Marina Alonso Lagar, hija de estas tierras me contaba como hacía su madre Carolina -también madre de mi amigo Pachu, el gaiteiru- cuando iba a abogadar. Esto es a faer la colada con la tina de madera encima del abogadeiru . La ropa más sucia debajo del todo y luego la otra hasta llenar el recipiente.
Luego el fernadeiru para colar la ceniza hecha de fresno y de haya que previamente había hervido en abundante agua. Una colada podía durar todo el día y cuando una mujer acababa la faena muy pronto Carolina decía: ¡Ome esa, tres calentinos, tres calentando, tres espumientus ya tres trevolgandu. Lo cierto es que la ropa salía limpia como la nieve y olorosa como la manzanilla. Se decía que: " Quien saca una bona fornada de pan ya una bona colada, ya fexu un bon día"
Yo tenía un amigo que me hablaba -por boca de su madre- de las buenas relaciones que siempre hubo con los babianos. La gente de Torrestigo que están del Canto de la Sierra del Caballo para allá una vez terminado el valle de Matamala. Es decir no siempre porque con los vecinos, tarde o temprano siempre surgen conflictos y grescas.
A veces los turrestianos faíanlas bien feichas, pero aquetsa vez salir salióutses torda. Vou contábuslu cumu me lu contanun na nuesa tsingua.
Lus mozus de Torrestigo cuandu venían de la feria u d'una rumería, al xubir pu Las Navariegas zampábatsis el tseiche a lus vaqueirus de La Foceicha que taba al bisíu en las troneras de la fonte. Ya entoncenes, la xente d'eiquí tomou medidas. Bonas medidas. Ya cun esas, un día que sabian que taban pa baxu lus mozacus turrustianus, mezclanun con el tseiche unas cuantas de fuechas d'una planta melical que tsaman tártabu. ¡Mecanguntal!
Na mai trascantiar empicipianun a datses unus puxus que pa quei. Cumu una mosea cuandu ta entelada. Dende El Cantu hasta vistar Turrestigu baxanun cien vegadas el pantalón de la foria que tsis entrou. ¡Non pus! Pol vezu nun vulvienun. ¿Por qué tenemos que perder una lengua tan nuestra y tan hermosa. El día que desaparezca -que será pronto- habremos perdido nuestra seña de identidad más profunda.
Con Miliu y Conrado aprendí lo más importante de los montes que rodean a La Focella y de su fauna silvestre y relatos de caza o narraciones con las fieras. Aquella vez que en La Fervienza tres osos atacaron a doce novillas. Aquella vez que Baudilio tocaba un chocaretu para recuperar un cabrito que le faltaba y vino una osa con dos esbardus y allí mismo se lo zampó. Aquel otro oso que en la braña de Cuevas se tiró desde un corro a una yegua a la que le arrancó una tira de piel de un mordisco y la probe bestia no paró de correr hasta Pando
-¡Ah Milio y que pasó con aquella oveja que te comieron los lobos en Posafuelles.
Acabo este capítulo exhotándoos a que tengais siempre presentes vuestra raigambre y a que paseis la antorcha a las generaciones venideras. Un pueblo sin raices es como un árbol seco.
Yo tenía un amigo. De cuando éramos niños no haciamos más que jugar, pelearnos, trabajar y hacer travesuras. Pero no sería hasta muchos años más tarde, cuando los dos -hombres maduros- hablamos del mundo y de la vida; de lo humano y lo divino. Hablamos de los valores de los hombres y mujeres que les hacen dignos de pertenecer al género humano. Aquellas premisas que ya venían del Renacimiento, de la Ilustración y de los hombres y mujeres sabios que nos precedieron en el país de la vida.
Permitidme -para terminar- una breves meditaciones que sólo me atrevo a pronunciar ante gente implicada y generosa como lo sois vosotros donde la solidaridad llamó a vuestra puerta y cruzó el umbral llena de gozo.
Las ideas reales y utópicas con sus pensamientos críticos y vindicativos buscando:
La libertad suprema como el don más grande del ser humano
La dignidad de la persona (quien no lleva la dignidad en el alma lleva consigo la desgracia de vivir)
Las igualdades y la justicia social (cientos de "cayucos" arrivaron a las costas canarias y andaluzas con miles de hombres, mujeres y niños pidiendo a Europa el derecho al pan, al gua, al sal y a una vida digna.
La noción de tolerancia y del respeto (quien tolera y respeta es portador de un valor sublime)
En fin
La vieja aspiración del hombre a la paz perpetua para evitar guerras y querellas; atropellos y violencias. Todo ello a través de la cultura y de la palabra como don supremo de hombres y mujeres.
Yo tenía un amigo. Un amigo que se me murió entre las manos hace diez años. Se llamaba Carlos y eran de estas tierras sus antepasados. Su recuerdo perdura y él fue quien me enseñó a amar a un pueblo al que alguien algún día le puso como nombre La Focella.
Yo tenía un amigo.. Y sigo teniendo muchos amigos. Gracias.