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OTÍN: UNA OBRA A CONTINUAR

por Juan A. Vázquez                                                  
Ex rector de la Universidad de Oviedo
                                                   
Publicado en La Nueva España,
3 diciembre 2023

"Por su aspecto podría haber sido un galán y un seductor por su modo de escribir y de hablar. Pero tuvimos la fortuna de que, sin dejar de ser nada de eso, se decantase hacia la ciencia, la investigación y la universidad. Hablo de CLO, Carlos López Otín, y me remonto a ese tiempo, veinte años atrás, en que yo ocupaba el rectorado y él renunció a escaparates de más brillo y ofertas de las que no se pueden rechazar para echar raíces en nuestra Universidad. Para quedarse no pidió dinero (eso ya lo conseguía él) ni privilegios que nunca persiguió, sino solo respeto, consideración y un lugar algo más digno que el hueco de una escalera donde poder trabajar. Ése fue el primer acto de generosidad que yo le conocí. Luego vinieron muchos más.

No hay que ir tan atrás como Feijoo o Clarín, para celebrar figuras que han dado identidad y gloria a la Universidad de Oviedo, como Emilio Alarcos o Gustavo Bueno y, más recientemente, como Barluenga y Otín. No lo sé en los otros casos, pero en el de Carlos hay mucho de singular, no solo en sus hallazgos como científico sino en su sensibilidad social y en su talante y trayectoria personal.

Lo más extraordinario no son solo sus medallas, sus publicaciones, sus proyectos científicos punteros, sus distinciones y premios y un cv que lo ha convertido en un extraordinario investigador y en una referencia internacional. Eso no es poco, desde luego, pero es tan conocido que apenas hay nada que añadir. Lo singular son otras cosas que distinguen verdaderamente a Carlos López Otín. 

Una de ellas, ciertamente principal, es la dedicación y el sentido de pertenencia a un equipo que fue su mayor prioridad, que nunca dejó de impulsar ni permitió que ensombreciese su figura estelar y que convirtió en un grupo de referencia nacional e internacional. Y junto a eso, la proyección humana de su trabajo investigador y la mezcla del rigor científico con la sensibilidad social. 

La suya no ha sido solo una tarea de laboratorio, porque en las aulas y en su función docente ejercía una fascinación capaz de despertar vocaciones científicas en los jóvenes; porque su obra ha servido para que se creasen centros como el IUOPA, que yo vi nacer y hoy integra a más de doscientos investigadores, o el Laboratorio de Oncología Molecular que permite realizar más de cuatro mil pruebas diagnósticas anuales en nuestra región. Porque pocos como él han cultivado ese rostro humano de la ciencia que le ha llevado a acompañar a las personas en la enfermedad, a infundirles esperanzas o consuelos, a brindarles consejo y ayuda emocional, con ese modo suyo de acortar distancias para ofrecer una impagable proximidad.

Pocos como él, además, han acertado a persuadir con la voz y la palabra, a hacer didáctica de la ciencia y difundir socialmente el conocimiento en comparecencias públicas desbordantes de asistentes y entusiasmo como si se tratase de una verdadera estrella de rock. Esa fascinación es la que transmite por igual en sus libros, en esa reciente trilogía que consigue resumir la complejidad de la “vida en cuatro letras” y embarcarnos en un viaje en busca de la felicidad más allá de nuestros genes; convocarnos a un “sueño del tiempo”, para imaginar los elixires de la longevidad y contemplar las perspectivas biológica, social y existencial del tiempo; enfrentarnos a las “egoístas, inmortales y viajeras” células que rompen la armonía molecular y la de nuestras vidas y hacen de nosotros seres de tanta complejidad como fragilidad.

En fin, un científico capaz de dar sentido y sensibilidad a la investigación y a nuestras vidas, a alcanzar el mayor de los éxitos académicos y a cumplir una verdadera función social. Quizá todo eso que le ha valido un merecido reconocimiento internacional y el de una abrumadora mayoría en Asturias y en la Universidad de Oviedo, sea también lo que unos pocos no han podido soportar y le han querido hurtar acosándole sin piedad. Puede que haya en ello, además, un desgraciado síntoma de la mezquindad de una dañina minoría que afirma su mediocridad negando el reconocimiento y la memoria a las mejores figuras de nuestra universidad. 

Vuelvo a veinte años después, ahora que se jubila Carlos López Otín. Que pena que todo su brillo se haya visto envuelto en sombras y que su trayectoria se haya querido contaminar de toxicidad. Qué lástima que las cosas hayan sido así y el desenlace sea el de una jubilación temprana que aun podía esperar y nos quedemos con el regusto amargo de una relación rota que, entre insidias y silencios, llegó al punto en que resultó difícil de mantener. 

Pero me resisto a quedarme solo en la denuncia, el reproche o el lamento de lo que pudo ser y no fue y no me resigno a aceptar esta sensación de desencanto y de distanciamiento definitivo para el día después. Por eso quiero hacer llegar a Carlos López Otín, el respeto, reconocimiento y gratitud que yo, entre tantos otros, siento por él. Y expresar, al mismo tiempo, mi convicción de que tenemos la obligación institucional de superar la negativa imagen actual y, por eso, propongo que nos esforcemos en buscar fórmulas (a través de algún centro o programa de excelencia, por ejemplo) que nos permitan mantener y prolongar su presencia, su vinculación y su legado en nuestra Universidad. Debemos comprometernos con ello, porque me gustaría pensar que esto no es un adiós ni un final y que, de un modo u otro, hay una obra que continuar".