Costumbres, tradición, gastronomía, trabajos rurales, vida vaqueira, saber popular
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El puerto, subir al puerto...

"Subir al puerto" significa algo más que ir a cuidar las vacas a lo alto de la montaña. Socialmente el ir al puerto significaba el comienzo de la vida en comunidad, ya que a partir del momento en que el guaje, o el mozo, iba por primera vez, se convertía en miembro activo tanto de su familia como del pueblo.

No tenía la misma importancia cuidar las pitas en casa o la vecera en las cortinas vecinas, que subir al puerto. Símbolo de la dureza de la vida pasada de los quirosanos, el puerto y el uso del mismo, convertía al guaje en capaz y era el comienzo del paso a ser mozo o moza"
(Óscar Muñoz, Caminos..., 2020: 198 s.).

El Puerto Güeria:
entre Valseco, Pena Ruea,
el Fariñentu, Tseturbio, La Cigacha ...

Descripción completa en el libro
Por las montañas de Lena.
Julio Concepción Suárez
Ruta 34, pp.300-311
Ediciones KRK. Oviedo, 1998.

[...] continuación de la ruta citada

A las cabanas de Corros, bajo Los Tochos

Hace ya unos años: en aquella ruta con lago, ranas y patos...

Al ritmo lento que va imponiendo el sol del mediodía, nos dan las doce y pico llegando a La Cochá'l Trabe: aquel gran abanico de calizas y camperas que se abre al otro lado por la vertiente quirosana: Corros, La Cigacha, Pena Ruea... Atrás fueron quedando las relucientes caliares del Forquéu, Las Escolgás, Valseco, El Xanzanal, Malverde... Estamos en El Puerto Güeria (Agüeria, en los mapas, pero nunca en el habla de los vaqueros).

Repletos de paisajes, de silencios y ganados al miriu del mediudía, descendemos campa abajo (siempre al oeste) hasta las primeras cabanas , todavía de tapinos: Corros (izquierda del regato, a la falda de los salientes calizos de Los Tochos).

Y bajo las cabañas, a refrescarse en la fuente, más que escosa ya la cantimplora tras la andadura desde Tuíza Riba: saboreamos a placer aquel manantial tan fresco, a poco más de cien metros regueru abajo, sobre la misma ribera izquierda, donde convergen en vayo varios senderos del ganao . Por un buen rato nos estiramos por la pradera entre tantos sonidos de cencerras, cencerros, y alguna que otra esquila menos (las tsocarietsas, que dicen los quirosanos).

En dirección al Tsegu, arrimamos poco a poco por la izquierda de la loma, siguiendo cualquiera de las sendas. En pocos minutos ponemos término a la ruta. Allí están las cabanas de Güeria , entre la espalda de las calizas y las aguas de un lago, cada año un poco más recubierto por sus propias plantas (dicen los vaqueros que antes tenía más agua, y que acabará por secarse).

Los vaqueros de la braña

La braña, relativamente conservada, fue el puerto veraniego de numerosos vaqueros lenenses: Juanín el de Silveria, Antón Palacios, Lisardo el de Zurea, Belio el de Vatse, Lin el de Campomanes, Ramón el de Ronzón... Hoy sigue animada sobre todo por Juaninacio el de Zurea, Dorín, Valentina, Chuchu el de Otero..., con sus buenas cabanás de vacas roxas entre aquellas campas y acebales (destacan en la braña aquellas vacas, tarrales, magüetas, anoyos, toros..., que siempre seleccionaron con cuidado los de Juanín el de Silveria).

Con la memoria y el saber de los vaqueros, vamos recorriendo los recovecos de aquellas espaciosas campas, y contemplando aquellas brillantes caliares: Corros, El Mayéu Busdongo, La Veiga Lacosa, La Veiga'l Frencu, La Sapera, La Cardosa, El Nacimintu, Cuapalacio, Las Mermechas, L'Ingleo... Ya más altos, Penarpín, Pena Ruea, El Fariñentu, Los Camisos, La Cigacha...

Todo un privilegio recorrer la braña tras los pasos expertos de estos vaqueros, conocedores de aquellas camperas y penascas palmo a palmo. O escuchar sus palabras amables al mor del fuibu tras alguna moyaúra con la nublina o la orbayá. O saboriar el café de pote colgáu de las pregancias en una sobremesa tan amena que a muchos y a muchas haría olvidar los mejores sofás de cinco estrellas.

La hora del bocata, siguiendo las fintas de los curíos sobre El Chegu

Son las dos de la tarde, y reconocemos que el día se ha vuelto generoso con nosotros. Nos sentimos pagados con el cuadro de praderas que se cuelgan entre Pena Ruea, La Cigacha, El Fariñentu y Penarpín: vacas que sestian ; yeguas que pastian; potros que trotian o se solazan amodorrados a la mayor fuerza del sol.

Pero no se nos había olvidado que es la hora del bocata. Los vaqueros del Chegu (Pablo, Lisardín, Monse, Ribas...) nos van explicando los pormenores de la braña: Vega Lacosa (con los hinchentes y deshielos invernales, en ocasiones más bien lacustre, como hoy está El Mayéu Busdongo en algunas temporadas).

Y sobre las cabañas, Las Fanas: lugar de pedreros pindios y relucientes; más allá, Cua Palacio, La Palazana, El Chaguete, bajo La Becerrera (hondonadas del terreno donde se concentra también el agua en pequeños 'lagos').

Animan el bocata sobre el puyu de las cabanas media docena de coríos ( Anas platyrrhynchos ), que trazan fintas sobre el agua, o compiten por parejas en las orillas del lago.

Ponemos fin a sobremesa tan infrecuente, con los juegos de unos robezos (hoy sobra el telediario y la tele) saltando de risco en risco allá más altos (bien nos los acercan los prismáticos casi al alcance de la mano). Y son robezos -nos explican los ganaderos-, y no corcios , por los cuernos: más curvos y cabrunos, los primeros; más cervunos, los corcios.

Entre los dibujos de los acebos sobre La Sapera

Sobre las 4, seguimos atentos por la braña las lecciones de los vaqueros. En dirección noroeste, hacia La Vega'l Frencu, nos asomamos de paso a La Sapera: otra extensa campa rodeada de acebales, sobre el río que discurre de Las Fuentes del Nacimiintu, y pasa bajo La Cardosa y Los Cuadros.

Los acebos están ahora perfectamente recortados en el tercio abajo de cada parra: otra obra artesanal de las caballerías que resistieron, también aquí, el invierno (por deseo propio, o de sus dueños, claro). El resultado es toda una línea sinuosa que deja rodeados los pastos de La Sapera, en las proporciones que exige el grosor de cada acebo.

Algunas ramas secas en los picales, y muchas hojas amarillentas y enfermizas, desprendidas sobre el suelo, añaden otras pinceladas menos halagüeñas, en cambio. Nos explican los vaqueros que con la obsesión por penalizar su tala, cada año son más los árboles enfermos:

" Antes, los acebos cortábanse na seruenda y primavera arriba, en foxaos pal ganao; y retoñaban en un par de años muncho más verdes y bravos -nos explican con detalle . Desde que prohibieron cortalos, podrecen los más vieyos, y acoquecen per dientro los más sanos; secan algunos picales, y de midiu parrotal arriba, vese que tan enfermizos; nun florecen como antes, tán ca vez más amustiaos; y algunos acaban por secar dafecho. Y ye una pena".

Al mor del fuibu y al son de las ranas.

Cuando va cayendo la tarde en La Vega'l Frencu, desandamos la senda a las cabañas. Y, siguiendo el ejemplo de los brañeros, cada uno y cada una va cargando con algunos tallos secos y dispersos del peornal , con los que prender el fuibu y facer las sopas d'ajo . Recogimos unos cuantos troncos, abatidos con las nieves del invierno: algunos, por enfermos, pero los más, por viejos.

Después de las sopas d'ajo (que nos prepara Monse como para sí quisiera el jefe de cocina del mejor restaurante), prolongamos de nuevo el filanguiru hasta que la noche termina por situar cada cosa en la braña: a los sonidos de los ganados, sucede ahora una orquesta que (a juzgar por el jolgorio) parace organizada con miles de ranas.


(el chocolate del pote p'almorzar)

Con los cantos monocordes de las ranas (o tal vez xaroncas ) sobre el lago, la noche se fue llevando todas las pedreras del año: prisas, sesiones, tensiones, neuras propias y ajenas, políticas y politiquillas, mafias, capillas y mafillas, capillitas. Decidimos espolvorearlas todas, una a una, sobre las aguas del lago, para que las convirtieran las ranas en silencios con sus cantos al croar: para que las convirtieran en nada.

Debieron hacerlo así las ranas. La noche se fue estirando sin tiempo alreor del fueu, bajo aquel cielo estrellado fuera de la cabana . Sentados en los puyos de piedra, contemplamos un buen rato las pequeñas llamas azuladas que rezuma la savia de los peornos al arder.

Y con los cantos, con el fuibu, con los dichos, con los chismes de amoríos entre vaqueros y vaqueras siendo mozos en la braña, se fueron durmiendo hasta las aguas, al ritmo marcado por las brasas y por las ranas.

Y en esta ruta reciente: con el alma tras los últimos curíchos y las penúltimas xaroncas...

En fin, en la siguiente vuelta a Güeria (quién sabe el número que hace) nos vamos de la braña en silencio, con la mirada vuelta de cuando en cuando sobre un lago a punto de secarse completamente, si la naturaleza y los políticos no lo remedian: por causas inexplicables entre los vaqueros, el lago (El Tsegu Güeria) secó del todo. Volverá a llenarse con las nieves del invierno y las lluvias de primavera, como ya ocurrió más veces.


(a sus anchas los patos nel tsegu)

De momento, sólo un amplio cerco ceniciento y barrizoso, dibujado cada tarde por las vacas en busca de agua alrededor en forma de abrevadero, recuerda que un día fue un estanque natural azul y cristalino, alimentado en parte con los deshielos invernales. Completamente invadido hoy por las yerbas, los xunclos, los berros, el mofo ...

Incluso aquellas tremas (lamas temblorosas al pisar) nos recuerdan que en el lago había patos salvajes nadando por el medio tan sólo hace un par de años atrás: aquellos curíos del cuello azulado con franjas verdes en intensos tonos multicolores, tan hábiles ellos en sus fintas y malabares a poco que te observaran sigiloso a unos metros por la campera (hasta nos conformábamos con unos segundos de revoloteo indescriptible).

Como recuerda la marisma que tuvo ranas: aquellas que nos arrullaban con sus croas a eso de la medianoche, acurrucados en la camera al mor de los últimos rescoldos del fuibu en la cabana.

Columbramos los altos de La Cotsál Trabe y de Las Cruces camino de Valseco, con el alma flotando sobre las sombras cenegosas de lo que fue un precioso lago animado y rodeado de ganados en una braña de verano. Pero con la esperanza de que vuelvan los patos y las ranas al Tsegu Güeria. A ver si sucede en la próxima andadura.

En fin, nos vamos también de la braña con aquella pequeña copla en torno a las chalgas quirosanas: los supuestos tesoros escondidos, tema tan frecuente por las noches al mor del fuibu y de la cena, con el fumo de los peornos llevándose también consigo tantas esperanzas de oro y plata, sólo relucientes en las coplillas:

Entre El Castro y La Castrina,
hay cien carros de oro
y otros tantos de plata fina

(escuchado a Marcelino Iglesias)

ANEXO toponímico, por Víctor M. Delgado.

Para el contraste de los topónimos sobre un mismo paraje, resulta de interés el relato que hace Víctor Delgado de su ruta con Alejandro Zuazua en la subida al Fariñentu desde El Puerto Güeria; un ejemplo más, de dos nombres muy precisos sobre el terreno, que avisan de dos sendas muy diferentes: la mala, la del Canalón del Infierno; y la buena, o menos mala, la del Canalón de la Gloria. Resume así el montañeru en la Red (Victor Manuel Delgado | Facebook).

“El Canalón de la Gloria, entre el Farinientu y Los Picos de Pie Ferriru (Ḷḷena-Quirós) (19-Sep-2021). Toponimia y aventura juntas de la mano. Toponimia porque hace unos meses Manuel Pola -quien anduvo de joven por esta zona con las ovejas- fue el primero que nos habló de este empinado canal y comentó que se conocía como El Canalón de la Gloria.

Topónimo que no aparece reflejado, por supuesto, ni en los mapas del IGN ni en otros mapas ni publicación alguna sobre Las Ubiñas por lo que consideramos que es un nombre realmente valioso que debemos dar a conocer y preservar para el futuro. Cercano se encuentra otro canal tremendo, El Canalón del Infierno que se adentra en el corazón del Farinientu, por lo que ambos nombres nos pueden indicar la percepción que los vaqueros tenían de estas canales: una, muy difícil y complicada, la del Infierno y otra, quizás más asequible que no fácil, la de la Gloria.

Aventura porque resultó una experiencia única, un esfuerzo importante para conseguir un resultado extraordinario. Entramos por Cuapalacio y salimos entre el Farinientu y Los Picos de Pie Ferriru. La canal es muy empinada aunque nunca hay sensación de vacío. Ahora bien, lógicamente, hay que ir con todas las precauciones pues hay mucha piedra suelta y barrillo que podría provocar algún resbalón inoportuno.

Manuel Pola fue el artífice de que hoy subiéramos por esta preciosa y empinada canal por lo que le estamos sumamente agradecidos por toda la información que nos facilitó. Un fuerte abrazu, collaciu”