Costumbres, tradición, gastronomía, trabajos rurales, vida vaqueira, saber popular

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El léxico de las enfermedades más frecuentes entre personas y animales, por brañas, poblados, cabañas. Etnoterapia
(ver vocabulario explicado en PDF)

Publicado en el libro:
Las brañas asturianas:
un estudio etnográfico, etnobotánico y toponímico
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Julio Concepción Suárez,
en colaboración con Adolfo García Martínez
y Matías Mayor López.
Edita Real Instituto de Estudios Asturianos.
RIDEA. Principado de Asturias.
Oviedo (pp. 166-177)
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Como se acaba de señalar, el objetivo de este apartado es recoger aquellas enfermedades que con más insistencia nos repiten vaqueros y pastores por brañas y mayadas: parecen las más arraigadas en un tiempo de muy escasos remedios para curarlas, en ocasiones a muchas horas del poblado más próximo.

Varias horas nos contaba Gustavo que hubo de soportar desde los solitarios altos de La Vega Ariu hasta el Ambulatorio de Cangues d’Onís (a pie hasta Demués, unas tres horas en circunstancias normales), para detener la hemorragia de un corte profundo en una mano, producido por una cuchilla caliza que se encontró en la caída.

Tiempo atrás, ni siquiera hubiera intentado arriesgarse: se apañaría como pudiera con los remedios de otros brañeros. Un pastor, una pastora con hijos en la mayada (incluso, dando a luz en la cabaña), fueron, y en parte siguen siendo, unos supervivientes en la soledad de las calizas. Verdaderos superdotados en la improvisación con los escasos recursos que le ofrecían su ingenio y sus medios.

Por esto, recogemos aquí este manojo de enfermedades, accidentes, achaques que hubieron de soportar pastores y vaqueros lejos de las casas muchos meses al año. O que eran soportados por sus animales en cordales, brañas y mayadas, en unos tiempos tan precarios, que un animal suponía buena parte de la economía familiar durante todo el año: una sola oveja, una sola cabra, una sola vaca, podía ser la fuente de alimentación de una familia entera con unas cuantas bocas esperando la leche cada mañana. Perder un animal podía resultar traumático para una inmensa mayoría.

Y aquí no podemos menos de recordar aquellas palabras en el texto de El raposín (Pérez de Ayala), cuando una peste se lleva a todos los hijos, aún pequeños, de la familia en la misma redada. Pin de Pepona y Rosa llegaron a tener hasta dos vacas, que adoraban como verdaderas “divinidades” de la casa; y “cinco hijos y cinco cerdos” –dice el texto-. Una mañana la peste se lleva a Rosina.

Y a los pocos días mueren también los otros cuatro pequeños de la misma tos que los ahogaba: Pin, Mingo, Antón y Pachín. Cuando el hijo del terrateniente visita la finca y pregunta a los colonos por los rapaces, que echa de menos, Pin de Antona le responde: “Un mal del diaño, señor; si me da por los cerdos, me amuela”.

El texto de Pérez de Ayala no tiene desperdicio para recordar, por increíble que resulte hoy, la importancia de unos cerdos en una familia con cinco hijos como cinco dedos de la mano. Sin llegar a estos extremos, nos recuerdan en muchos pueblos la desgracia familiar que suponía la pérdida de una vaca, por enfermedad incurable, o por despeñarse en el barranco; o la muerte de varias ovejas, varias cabras, en la última correría del llobu nel puertu por el verano. Todavía hoy siguen pastores y vaqueros muy afectados en este punto, como leemos en la prensa con frecuencia.

En todo caso, los animales eran parte imprescindible en la vida y en la economía familiar, que habían de cuidar especialmente en las brañas por el verano. Sirvan a modo de ejemplo esas enfermedades y achaques más escuchados. Y los remedios que nos cuentan para intentar mitigarlas (la etnoterapia, fitoterapia, hidroterapia, helioterapia, geoterapia..., que tanto resuenan hoy).

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Julio Concepción Suárez

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