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El delantal de la abuela
(varias versiones en interné)

¿Te acuerdas del delantal de la abuela!

La principal función del delantal de la abuela era proteger el vestido que estaba debajo; pero además servía de agarradero para retirar la sartén del fuego cuando estaba muy caliente.

Era una maravilla secando las lágrimas de los pequeños, y en ciertas ocasiones limpiando sus caritas sucias.

El delantal servía para transportar desde el gallinero los huevos golpeados que acababan en la basura.

Cuando llegaban visitas, el delantal de la abuela servía para refugio de los niños tímidos; y cuando hacia frío, la abuela se envolvía los brazos en él.

Aquel viejo delantal, servía de fuelle, cuando el fuego estaba medio apagado agitándolo sobre él; y era el que cargaba con la leña desde la leñera hasta la cocina; y también con las patatas del huerto, los guisantes y demás verduras; con él se recogían las frutas que caían de los árboles al terminar el verano.

Cuando alguien llegaba de forma inesperada, era asombrosa la rapidez con que el viejo delantal limpiaba el polvo de los muebles.

Cuando se acercaba la hora de comer, la abuela salía a la puerta y agitaba el delantal: entonces los hombres que estaban en el campo sabíamos que era la hora de comer.

La abuela también lo usaba para colocar la torta del horno en la ventana para que se enfriara.

Actualmente, pero al contrario, la nieta también saca la torta a la ventana, para que se descongele.

Pasarán varios años antes de que inventen un utensilio que pueda reemplazar aquel viejo delantal de la abuela, que tantas funciones cumplía”

El delantal de la abuela
Versión poetizada de
Pepita Calles Crespo

Merecedora es de elogio
esta prenda singular,
pues no hay otra —que en su uso-
a ella le pueda igualar.

Yo conservo en mi memoria
tan claro como el cristal
el recuerdo de mi abuela
siempre con su delantal.

Las manos se las secaba
si mojadas las tenía,
y la cara se aventaba
cuando más calor hacía.

Si las lágrimas brotaban
con él se las enjugaba,
si polvo en el mueble
había el polvo con el limpiaba.

Si le pingaba el moquillo
(el sufrido delantal)
sustituía al moquero
con un arte sin igual.

Si limpiaba la lechuga
de “balde” el mandil servía,
y a echársela a las gallinas
al corral se dirigía.

Aprovechando el viaje
los nidales, visitaba,
y los huevos que cogía
al delantal los echaba.

Si salía a coger leña
su habilidad era tal,
que el brazado que cogía
lo liaba al delantal.

Y no digamos si oía
mercancías pregonar,
que a la calle ella salía
para el producto comprar.

Jamás usaba capazo
porque falta no le hacía,
que, doblaba el delantal
y allí todo lo metía.

La lista es interminable
del uso que de él hacía,
siendo tan imprescindible
que ella misma se decía
que, mujer sin delantal
ni en casa ni en la cocina,
y a aquella que no lo usaba
se la llamaba “cochina”.

Y como mi abuela era
como los chorros del oro,
lucía su delantal
con dignidad y decoro.

Siendo esta una prenda humilde
hay que darle su valor,
y mi abuela se lo daba
llevándolo con honor.

Por él sin manchas llevaba
la ropa que se ponía,
pues el noble delantal
eficaz la protegía.

Al recordar con nostalgia
aquella imagen querida,
aunque lejana en el tiempo
en mi mente aún está viva.

Y haciéndole un homenaje
me he estrujando la cabeza
para expresar mi sentir
(con más o menos destreza).

Y con palabras en verso
-aunque tengo poca escuela-,
hoy he querido elogiar
el delantal de la abuela.

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