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Y DEL LOGARITMO Y DE LAS ECUACIONES,
A LA RECREACIÓN MATEMÁTICA

Tal vez para compensar aquel ubi sunt de las matemáticas en su locus amenus a punto hoy de escaecer, o tal vez para desterrar del aula el prejuicio de que las Matemáticas son el "hueso duro" de cada día, el caso es que profesores/as y libros de texto se esfuerzan ahora por demostrar (con fórmula mágica o sin ella) que en adelante hay que pensar más con la cabeza y memorizar menos pantallas rellenas de esquina a esquina. Se empeñan los profesores y libros en convencer de que la Matemática es un lenguaje más, con sus unidades específicas, sus signos, sus símbolos, sus reglas de combinación, sus juegos comunicativos. Y a lo mejor, lo están consiguiendo y todo.

Lo cierto es que, como norma, los cálculos, las fórmulas y formulitas, los ejercicios, los problemas…, de las fotocopias y de los textos, distan de los de antaño (tampoco la cosa es del todo nueva, pues muchos profesores/as practican semejantes técnicas motivadoras, tiempos ha). Tal vez, la novedad esté ahora en el número, pero el caso es que los ejercicios, los problemas, las clases se transformaron sustancialmente, aunque sigan las mismas aulas como escenario.

A modo de ejemplo, sirva una muestra para esa fusión interactiva entre Matemática y Lenguaje. Entre los problemas ofrecidos por el Departamento de Matemáticas en los tiempos que corren, y en sesiones que nunca sabremos si más lúdicas o más serias, leemos enunciados que tal vez a más de uno hubo de rendirnos, tras algunas horas de cavilar. Por citar un caso, el que reza: "El problema está en la coma".

"¿Será verdad que cinco por cuatro veinte, más uno es igual a 22?
Compáralo con el enunciado: cinco por cuatro, veinte, más uno, es igual a 21"

Ciertamente el problema sólo es sintáctico: de redacción; todo depende de dónde se coloque la coma, con la sintaxis adecuada entre cada sintagma; o dónde se haga la pausa, al enunciarlo en cualquier mesa de terraza, o de movida, entre otros acertijos no exentos de intuiciones lógicas. Ése es el juego combinatorio y matemático de las palabras, al que también hay que saber jugar, y que, por una siemple coma, tantas veces nos puede traer un buen rato de cabeza.

Más allá de las comas, el juego combinatorio de núcleos y adyacentes puede complicarnos más las cosas con planteamientos igualmente capciosos. En principio, y salvado el escollo de alguna palabreja más cultista, con una sintaxis del lenguaje pretendidamente coloquial, podemos bloquearnos otro buen rato con la mente y la vista sin apestañar sobre un sustantivo o un adjetivo cualquiera. Tal nos puede ocurrir en la lectura del "EPITAFIO DE LA TUMBA DE DIOFANTO":

"¡CAMINANTE!
AQUÍ FUERON SEPULTADOS LOS RESTOS DE DIOFANTO
Y LOS NÚMEROS PUEDEN MOSTRAR, ¡OH, MILAGRO¡,
CUÁN LARGA FUE SU VIDA, CUYA SEXTA PARTE CONSTITUYÓ SU HERMOSA INFANCIA..
HABÍA TRANSCURRIDO ADEMÁS UNA DUODÉCIMA PARTE DE SU VIDA
CUANDO SE CUBRIÓ DE VELLO SU BARBA..
LA SÉPTIMA PARTE DE SU EXISTENCIA TRANSCURRIÓ EN UN MATRIMONIO ESTÉRIL.
PASÓ, ADEMÁS, UN QUINQUENIO MÁS
Y LE HIZO DICHOSO EL NACIMIENTO DE SU PRECIOSO PRIMOGÉNITO.
ÉSTE ENTREGÓ SU CUERPO Y SU PRECIOSA EXISTENCIA A LA TIERRA,
HABIENDO DURADO SU VIDA LA MITAD DE LA DE SU PADRE.
DIOFANTO DESCENDIÓ A LA SEPULTURA
HABIENDO SOBREVIVIDO CUATRO AÑOS AL DECESO DE SU HIJO.

Se desea saber: ¿cuántos años vivió Diofanto? ¿Cuántos años vivió su hijo?
En realidad, todo depende de una función sintáctica, y del significado de un núcleo sintagmático: porque, y para empezar, ¿cómo pudo Diofanto tener un primogénito?

Pero los profesores/as de Matemáticas tal vez, efectivamente, mantengan hoy la atención de todo un grupo (durante sesenta minutos completitos), poco menos que sin apestañar, o en acaloradas discusiones (lo mismo da); y tal vez, así, el profesor/a consiga la aplicación razonada de una sucesión de fórmulas oportunas en un proceso del entorno, sin tener que gastar paciencia, neuronas y tiza, intentando en vano explicar un teorema (o a lo mejor éste se entiende mejor después). Ejemplos como el que sigue en un libro de textos, no por casos más cotidianos y trillados dejan de templar las ideas para resolver el conflico:

"Un alumno le hizo el siguiente razonamiento a su profesor de Matemáticas: "Resulta que no tengo tiempo para venir a la escuela en todo el año. Verá usted: duermo ocho horas diarias, que sumadas dan 112 días al año; no hay clase los sábados ni los domingos, que son 104 días a año; tenemos 60 días de vacaciones de verano; necesito tres horas diarias para comer, lo que supone más de 45 días al año; necesito al menos dos horas diarias para divertirme, que suman más de 30 días al año. "El alumno hizo la siguiente suma:

Sueño: 122 días
Sábados y domingos: 104 días
Vacaciones de verano: 60 días
Comidas: 45 días
Distracción: 30 días
Total: 361 días

"Ya ve: todo esto sólo me deja cuatro días para estar enfermo y para disfrutar de las fiestas del pueblo, por lo que este curso no tenemos ni un solo día de clase".

El profesor repasó la suma y vio que no había ningún error, y, después de estudiar el problema, encontró por qué no quedaba ningún día al año para asistir a clase. ¿Dónde está el error?

(La solución…, en el próximo cincuentenario…)

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