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retrato de Ana Izquierdo .

Amigo Leoncio

Las ocho treinta de la mañana. Una llovizna persistente inunda hoy el valle de La Pola y de los pueblos lenenses, vestidos ya de melancolía otoñal. Un silencio solidario recorre pasillos y rostros de escolares cabizbajos tras los pupitres frente a la mesa del profesor: aquella mesa que durante tantos años había presidido (siempre sonriente, tolerante, campechano, comprensivo y compasivo), el entrañable profesor..

El mismo silencio entrecortado que estos días había recorrido los hogares de la villa y de los pueblos; las tertulias del café; las colas en la panadería, o las conversaciones de los abuelos y las abuelas en los bancos del parque, teñidos ya con el ocre intenso de las hojas a punto del invierno.

"Se fue D. Leoncio" -era el último comentario que esparcía el viento hasta los pueblos lenenses más apartados entre los riscos de estas montañas. Leoncio: el amigo comprensivo con sus alumnos y alumnas; el compañero juicioso entre opiniones más distantes o, en ocasiones, encrespadas; el colega ocurrente capaz de romper el hielo de las reuniones más frías, con aquella sana sonra siempre milagrosa de la sonrisa en los labios. Leoncio: el hombre solidario con empleados, desempleados, o en paro; refugio tantas veces del que había apurado hasta el último céntimo en el bolsillo.

Don Leoncio: el apoyo de tantos y tantas estudiantes, que no podían pedir un duru en casa, porque la pensión o el sueldo base no estiraba más allá de medio mes; o porque la beca oficial, a lo peor, no llegaba al bolsillo más necesitado. Pero allí estaba Leoncio para compensar lo oficial. Leoncio: cobijo del inmigrante y del emigrante; amigo sin distinciones del vecino o del que sólo va de paso.

Y estudioso preocupado por estar siempre al día en sus homilías o aficiones. Todavía me acuerdo de la última mañana que coincidimos a comprar la prensa del domingo en la Plaza Alfonso X: ¡Qué ilusión la de aquel hombre que con tanto cariño deshacía entre sus labios los nombres, las teorías o las interpretaciones más recientes, de Darwin, Teilhard de Chardin, Karl Rahner, Schillebeeckx, Hans King...!

Y es que Leoncio daba para todo. Hasta su chispa pronta y distendida inundaba de improviso la sala de profesores ya a la hora del recreo, cuando llegaba un poco justo de la misa, casi directamente a la clase. -¿Qué, con el tiempo justo, Leoncio? -¡Hombre, si te digo la verdad, ya sabes que yo, con esto de la vista, no puedo correr mucho; pero no te preocupes: el coche conoz de memoria la carretera y les señales entre la Iglesia y el Instituto! Y aquí me tienes, ¡como un rayu!.

O en aquellas sobremesas soñolientas, antes de las clases por la tarde. -Bueno, Leoncio, ¿y qué tal la partida hoy en el Deportivo? Dejaba caer ligeramente las gafas bifocales bajo aquellos ojos a punto de estallar en la sonrisa más sana de niño picaresco y juguetón, y te soltaba un poco de soslayo, y por lo bajo.

-Pa sete sinceru, yo les cartes ya sabes que nun les veo; y nin falta que me faen; porque empiezo a inventar triunfos y pongo a los contrarios tan nerviosos, que con poco que faga el compañeru, tenemos la partía nel bote. Y la copina gratis, un día más. Muncho se piquen. Pero siempre se dan cuenta tarde. ¡Cuánto me prestó la partía hoy!. Y la sonrisa de Leoncio reanimaba a los profesores de la sala camino de las aulas, hasta en las tardes más sombrías del invierno arriba.

Prodigiosa era también la memoria de Leoncio, grupo tras grupo, en una evaluación cualquiera: por ejemplo, como le costaba leer las notas escritas, las aprendía de memoria. (Lo mismo dicen sus incondicionales cada mañana en misa de siete: "A Leoncio nun-y fay falta ya leyer: sabe el misal de pe a pa"). Y todavía más: creían algunos inocentes que, como veía mal, no ponía faltas de pire en clase. Lo que no sabían los más incautos eran las precisiones que hacía a la tutora, un poco de lado y en voz baja (para que, si acaso, no constara en acta, vamos). -Fulanito esta temporá anda un poco despistáu: tres faltas; esti, dos; aquélla, una.... -Son buenos rapaces y rapazas, pero, recuérdayoslo de mi parte. Que nun se engañen.

Amigo Leoncio: en esta mañana otoñal, en el minuto de silencio más sentido tras estas mesas y pupitres con "memoria virtual", nunca vamos a olvidar tu colaboración con Gaudencio Tomillo y otros pocos arriesgados, a la hora de jugarte el tipo por la apertura del Instituto, allá por los años setenta, cuando no corrían, precisamente, vientos demasiado favorables en pro de nuevos centros públicos (casi como ahora -vamos). Gracias a ti, y a otros cuntaos como tú, Leoncio, somos muchos y muchas los que disfrutamos hoy del "Benedicto Nieto".

Y por esto, con la voz contenida, te leemos la siguiente acta: "En Pola de Lena, reunidos de una parte tus alumnos, alumnas, compañeros/as de trabajo (docentes y no-docentes), padres, madres, tutores, güelos, güelas; exalumnos y exalumnas, por supuesto; y de la otra, todos los pueblos pequeños y mayores del concejo (hasta el últimu tsugar de estas montañas entre Villayana y Tuíza; o entre Parana y Retrullés), te concedemos sin rechistar el "Primer Premio a la Solidaridad Lenense". Y en adelante, haznos este penúltimo favor: que tú seas siempre el Presidente del tribunal para sucesivas ediciones.

Leoncio, desde el silencio otoñal del Masgaín: con todo el alma.

(Julio Concepción Suárez,
con unos cuantos compañeros y compañeras del Instituto de La Pola).

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