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Extracto del artículo correspondiente
a La Malvea,
publicado en el libro
Por los pueblos de Lena (p. 75)
Julio Concepción Suárez.
Ed. Trea. Xixón. (1995).

La Malvea, el lugar de las malvas

La Malvea (nunca La Malveda en el valle) es el pueblo de la parroquia de Payares, justo a la entrada de Valgrande en la margen izquierda del río. Dista 19'5 kms. de la capital municipal, y se sitúa a unos 859 ms. de altitud. Hoy está deshabitado. El caserío de levantó sobre San Miguel del Río, entre El Nocíu y los comienzos del hayedo de Valgrande.

Quedan varias casas y cuadras sobre el saliente rocoso que divide dos pequeñas vaguadas. Llegó a tener 38 personas por los años veinte. Debe el nombre a su posición soleyera que favorecía la mejor calidad de las malvas: las flores de la farmacia casera, remedio de tantos males tiempo atrás (estómago, nervios, trastornos diversos).

Los vecinos de La Malvea , al cobijo del hayedo de Valgrande, fueron famosos madreñeros en todo el valle del Payares, concejo de Lena y mercados leoneses, pasados los altos de Coleo y Cuitu Nigru (ferias de San Pedro, Sena de Luna, Caldas...). Aparte de madreñas , vendían otros productos artesanos derivados de la madera: araos, xugos, paxos, gaxapos, estiles...

El poblado de La Malvea , lugar muy soleado en aquella ladera del Payares, debe el nombre a la abundancia de malvas ( Malva sylvestris L), plantas muy rebuscadas tiempo atrás en los poblados de montaña, como remedio casero de diversas afecciones digestivas.

Los madreñeros de La Malvea, con la carraca pa la semana.

Hoy puede extrañar la supervivencia de un pueblo pegado al mismo hayedo de Valgrande; pero la realidad era otra tan sólo medio siglo atrás: el oficio de madreñeros fue común en estos pueblos del Nocíu y San Miguel. De las madreñas vivieron, en parte, muchos años vendiéndolas en los pueblos leoneses al otro lado del cordal, al tiempo que tantos otros productos artesanos construidos con madera: güexas, araos, xugos, guiás, paxos, estiles...

Es lo mismo que ocurría en el paralelo valle del Güerna, a la sombra y al cobijo de las abundantes fayas, fresnos, chameras..., las blimas, del Monte'l Blime.

En ocasiones, cuando no había mayores urgencias en las tierras y en los praos (hasta la yerba, sobre todo), los madreñeros subían a las cabañas entre los fayeos de Valgrande, y pasaban allí la semana faciendo madreñas: La Vega'l Mur, El Fabar, Val de la Espina, Coleo...

Por ello, subían con la carraca pa ocho días y descendían con unos cuantos pares moldiaos, listos para la venta. No falta alguna anécdota que recuerda las fatigas y gabelas de algunos madreñeros a la fuerza, entre aquellas nieblas y poco que comer.

Reza así una voz oral:

"Yeran dos paisanos de La Malvea que xubían a facer madreñas, y dixo-y ún al utru:

-Oye, Pin, vamos comer la carraca [provisiones, alimentos, vianda] y vamos chamos a morrer; tamos fartucos de facer siempre lo mismo nisti fayotal, ¡vamos chamos a morrer, y acabóse esta gabela!-

Comieron las provisiones de la semana, bebieron la bota vino, y dormieron hasta el amanecerín".

"Pero los paisanos nun morrían -continúa el relato-, por lo que chevantóse el más espabiléu y despertó al compinche:

-Bueno, Pin, paez que morrer nun morremos; así que güelve a casa por otra carraca, que tenemos que seguir faciendo madreñas utru año más".

También entonces ya debía existir la depre y el estrés, superable -a la fuerza-, hasta faciendo madreñas. Para algunos (la mayoría, entonces) todo comenzaba con la primera luz del día en cualquier estación del año, siempre obligados por aquel implacable consejo, nunca olvidado de los mayores:

"L'home probe, al alba, en pie:
si nun trabaya, ve".

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