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COLEGIATA DE SAN PEDRO,
LA HISTORIA JAMÁS CONTADA

La voz del pueblo y una gestión política eficaz evitan el derrumbe del templo tevergano

         Hermosa y enhiesta como un pincel que se yergue a los cielos pintándolos de azul, así es nuestra colegiata plena de recuerdos y de sentimientos. Allí, entre sus luces y sombras, caballos, soles, felinos, hojas lanceoladas y escudos pétreos, tiembla de frío y se ilumina al resplandor del cirio pascual ante el sagrario la Historia del templo dedicado a San Pedro.

         Un día, hace de esto casi mil años decidieron poner la primera piedra en el renombrado valle de Carzana. Dicen los entendidos que ya había un templo construido y que, de alguna forma, desnudaron a un santo para vestir a otro. Cuentan también que las rocas vivas bajaban de una cantera de Cansinos arrastradas por bestias y a pie de obra eran talladas para su asentamiento.

         Y así, piedra tras piedra, construyeron un bello templo románico, al estilo de la época: contrafuertes y canecillos que mostraban la fauna local; basas, fustes, capiteles adornados de alegorías y arcos de medio punto. Maestros y canteros dejaron todo su buen saber en el manejo de la maza y del cincel. Años más tarde le anexionaron el nártex para que tuvieran cobijo los catecúmenos sobre los que no se había derramado aún el agua de la pila bautismal.

         Cuentan también que cuando el Nuevo Mundo fue descubierto, Isabel de Castilla se llegó a la colegiata para pedir dinero al pueblo, a los nobles y rogar al Buen Pescador por la empresa de Colón. Así lo pinta sobre un lienzo Muñoz Degraín, pero nada se ha encontrado del evento entre los pergaminos del archivo.

         Otro día, muchos lustros después,  se levantó la cabecera y no será hasta los siglos XVII y XVIII, con la llegada de los canónigos regulares de San Agustín, que experimenta la colegiata su mayor transformación con la construcción de la torre, los claustros y el palacio abacial.

Uno de los abades más importantes fue Pedro Analso de Miranda y Ponce de León, también obispo de Teruel e hijo del marqués de Valdecarzana, Lope de Miranda cuyos cuerpos aparecen momificados en la sacristía. Pero no pierdan cuidado que, el insigne templo lo es por su belleza, no por las momias.

         Con el nombre de otra rosa, la vida monacal fue dura para los frailes con el “ora et labora” desde la primeras luces del alba hasta el ocaso, pero también fue cuando el templo alcanzó el esplendor supremo. Los días se suceden con todo lo que conlleva la vida en colectividad y la Historia sigue recogiendo cuanto ocurre con pormenores que serían largo de contar: se bautizan niños, toman la comunión y tal vez se confirman; se casa la gente, se dicen misas, se alaba a Dios y a sus Santos… y se muere.

La vida misma como la recoge Alfonso Camín en su poema dedicado al tejo que vive al lado de la colegiata: “…Todos los habitantes de la aldea/ pasarán junto a él, niños y viejos/ mecerá muchas cunas/ con el rumor del viento…”

         Por los años veinte del pasado siglo el arcipreste, don José Reguera funda un colegio libre de segunda enseñanza en las dependencias de los claustros y así se abrieron muchas luces a jóvenes de ambos sexos. Pero una mañana, a punto estuvo de consumirse la tragedia.

Unos facinerosos guiados por Lucifer quisieron quemar el sagrado templo y reducirlo a cenizas durante la guerra fratricida del treinta y seis. La valiente decisión -pistola en mano- de Valentín Escobar, teniente, a la sazón, de las milicias republicanas impidió el incendio. Bueno sería que los políticos municipales se acordaran de él.

         La colegiata sufrió varias restauraciones desde los años sesenta hasta nuestros días y también se supo que el templo y sus alrededores pertenecían a una familia que reclamaba su propiedad. Asunto harto sensible. Tampoco se puede silenciar el paradero del calvario -con sus catorce estaciones en madera tallada, ¿dónde están?- que desapareció un día, al igual que ocurrió con la calderina original del Cébrano. Son algunas sombras que habría que iluminar.

         El templo se venía abajo desde hace más de un lustro y con los años se arrodillaba cada día más. A las tímidas gestiones políticas, la voz del pueblo no se hizo esperar y este cronista secundado por “Tebrigam Diligentes” (Los que amamos a Teverga) comenzó sus actividades con movilizaciones populares, recogida de firmas, venta de lotería, cuenta bancaria y pintadas por todos los rincones del concejo.

         Y en estas que con el buen hacer de Gaspar Llamazares -secundado por otros grupos políticos y la gestión municipal- se logra poner en funcionamiento la restauración del templo para el que se consige una partida de casi medio millón de euros.

         El próximo domingo, (9 de dieicembre de 2012) se abren de nuevo las puertas del templo. El más bello de todos los templos lleno de imágenes de la infancia, recuerdos, vivencias y páginas de una Historia jamás contada. Amén.

Celso Peyroux
(Cronista oficial de teverga)

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